LAGUNA DE VOCES
Aún lejos de casa empezó a perder la esperanza de llegar, porque el camino era apenas una sombra del que lo llevó al crucero donde tomó el autobús para nunca regresar, se había dicho aquella ocasión frente al puesto de tacos y los que todos los días a esa misma hora subían a la unidad conducida por el chofer, cansado de hacer la misma ruta desde que ingresó a la empresa de transporte. Pasar por pasaje luego de abandonar la Central Camionera, enfilar rumbo a la gigantesca ciudad y encomendarse al santo de los caminos para que no le tocara un asalto, pero fundamentalmente, una de las balas que siempre soltaban para espantar al pasaje.
Nada había cambiado después de todo, como aquella tarde de hace más de 40 años cuando se despidió con el compromiso de regresar apenas consiguiera trabajo. Pero nunca lo hizo y después llegó el olvido. Es decir que se olvidó quién era y por qué estaba en un lugar del que nunca atinó a comprender por qué eligió ni para qué.
Lo peor de desandar el camino es que no lo reconocía porque lógicamente era diferente, una sombra, pero más que eso un remedo del que había sido en otros tiempos con campos y campos que nunca terminaban, hoy lleno de miles y miles de casas, centros comerciales, negocios que un día cualquiera taparon la visibilidad del paisaje. Nunca nadie pudo decir qué había detrás de esas fachadas de comercios donde vendían carnitas, gasolina, rines de autos, material de construcción.
Estaba seguro que regresar al origen podría darle la oportunidad de recuperar la memoria, y por memoria se debe entender las palabras que la nombraran, que le dieran vida y rostro. Pero era tarde y lo sabía, además que nunca había considerado a esa gigantesca ciudad como su tierra, porque no le interesaba, no le gustaba y ni rastro había de nadie que lo conociera en la colonia ni en ninguna parte.
Se sentó junto a la ventanilla para mirar la carretera, que tampoco se parecía en nada a la que lo trajo ese día que olvidó todo. Resultaba extraño ser el personaje de una historia que solo él podía comprender, en un autobús lleno de gente que hacía el trayecto todos los días para ir al trabajo. Extraño, pero al menos interesante, único, fundamental para quien regresa de un viaje larguísimo que no podía llevarlo a ninguna parte.
Por la edad, por el cansancio, se durmió.
Despertó cuando llegaba al primer paradero, y a punto estuvo de irse de filo hasta la Central Camionera de la gran ciudad, pero el chofer hasta eso se portó amable y lo dejó bajar apenas avanzados unos cien metros.
Estaba de regreso luego de 40 y tantos años.
Bajó, miró la inmensa ciudad y se perdió para siempre entre túneles por donde pasaban trenes sin rumbo.
Mil gracias, hasta mañana.
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