LAGUNA DE VOCES
Miro cada una de las fotografías que mis hijas y mi nieta colocaron en el altar. Hay una historia amplia, sentidísima en sus ojos, en sus expresiones, en su profunda capacidad de mirarnos y, para fortuna nuestra, podemos confirmar en el recuerdo, su confianza en que pudiéramos recordarlos para que siempre estén con nosotros, hasta que un día nos agreguemos a la ofrenda de muertos, para aprender que, después de todo, hay alegría en estos días, porque comprendemos que el misterio de la muerte es idéntico al de la vida, y que por lo tanto en ambos casos es importante hacerles una fiesta.
Miro con alegría entonces a nuestros más recientes difuntos, es decir a mis dos hermanos, y me gustaría contarles que los he soñado un buen número de veces; en la angustia de estos años por el trabajo, en las tardes, cuando de repente sé que sus palabras resultarían vitales para sortear las complicaciones que a veces se nos trepan en los hombros.
Me gustan los altares que hacen Mariana y Vale, dirigidas por Tania. Porque lo construyen paso a paso, con el gusto sincero de quienes cada día son más sabias que uno, necio en invocar la tristeza en cada recuerdo, porque celebran, cantan, y se divierten como cuando eran niñas. Es decir que sí, saben que es cosa seria la muerte, pero también que el conjuro más valioso en estos, y todos los días, es la memoria, las veces que su tío Toño les contaba cuentos, las explicaciones únicas y claras que su tío Beto les daba sobre la bondad única de Jesús de Nazareth.
Por la posibilidad vital de platicar con cada uno de nuestros difuntos, le transcribo un poema que mi hermano, Adalberto, publicó el primero de noviembre de 2019, y que dibujan a un hombre que siempre tuvo una profunda fe en la bondad, en la certeza de que los recuerdos atan la vida al camino de los que un día se fueron, pero se quedaron para siempre.
LOS QUE SE FUERON
Con flores de cempasúchil
Hice un altar de mi ofrenda
Y coloqué los retratos
De quienes ya se marcharon,
Y recé como en el pueblo
Me enseñó mi santa madre,
Con fe, con amor y llanto,
Porque aunque ya se marcharon
Los tengo aquí muy adentro
Y los saludo y venero
Todos los días de cada año,
Porque nunca se marcharon,
Estarán siempre presentes,
Y cuando todo termine
Sé que me estarán esperando
Para iniciar otra senda
De luces y de cometas,
Para terminar el juego
Que iniciara con mi niño,
Con su carrito de lata
Y su sueño con el lobo
Del cuento de la leyenda.
Colocaré los retratos
De mi Madre y de mi padre
Para verlos siempre juntos
Caminando como entonces,
Ella hermosa, ojos de cielo,
Él Fuerte como un sabino
Con su paisaje de bosques
De llovizna en el sembrado,
Con su corazón de hierro
Y sus manos campesinas,
Siempre llenas de verano,
Y ella poeta del pueblo
Con su voz como evangelio,
Que sembraba paz y calma
Cuando las barcas lloraban.
Colocaré sus retratos
En mi ofrenda de noviembre
Y les rezaré en voz baja
Recordando sus miradas,
Y sintiendo que en mi mesa
Tienen lugar para siempre,
Porque una madre y un padre
La verdad, nunca se marchan,
Y los seguimos oyendo
Atentos a nuestra marcha,
Como entonces
Como ahora,
Como siempre y para siempre.
Es muy rara mi agenda
De recuerdos y de ofrenda,
De mi Madre sólo tengo
Una foto y es muy bella,
Su mirada de cariño
Que me acaricia y abraza .
Mi Madre se fue una noche
Sin bendecir mi cabeza,
Mientras mi hermano pequeño
Ignoraba su partida,
Porque a esa edad nadie muere
Sólo se nos van de viaje …
La tía Adela, Guadalupe,
Amelia y tía Fortunata
Los tíos Manuel y Ezequiel
Martín, Don Rubén, Lupita,
El Paco con su alegría,
También están en mi ofrenda
De luces y de nostalgia,
Son recuerdos que nos tienen
Atados a su camino
Y nos gusta recordarlos,
Porque parte de la vida
La escribimos junto a ellos
Y algo nuestro va en su viaje
Y un día cualquiera estaremos
Regresando en nuestra ofrenda,
En que aquellos que nos quieren
También pondrán nuestra imagen
Con tamales y con mole,
Para seguir como ahora
Platicando de las cosas
Que nos hacen estar vivos
Y presentes en la mesa.
Quiero platicar con ellos
De mis penas y alegrías,
Son mis muertos
Son mi gente
Y yo soy uno de ellos,
Entienden lo que platico,
De mis sueños y alegrías ,
De cómo al ver los aviones
Veo tiburones de acero
Y no miro los anzuelos
Para llevarlos a casa.
Ellos conocen mi cielo
Mi laguna con sus patos
Y saben que los espero
Porque mi madre lo sabe,
Que aunque ya con muchos años,
Sigo siendo su pequeño
Que la extraño en el camino
Para ir a la laguna
Y ver cómo los pescados
De pronto son una estrella
Que brinca sobre sus aguas,
Y mi padre bien lo entiende
Que me hace falta
En las horas que todo se ve de negro,
Para que yo de su mano
Camine por el sendero
De sabinos y oyameles.
Y quiera como él quería
Los zurcos de la cosecha,
Lo verde de sus maizales,
El vaivén de la cebada,
El sabor de los elotes
Y el amor por los hijos.
Hoy en mi ofrenda recuerdo
Cuántos ya se adelantaron,
Cuántos espacios vacíos,
Cuánta nostalgia por verlos …
Pero sólo es un momento
De ausencias y de tristeza,
Pronto frente a sus retratos
De la ofrenda con sus flores,
Alguien mirará la nuestra
Y así como hoy extrañamos
Sus voces y sus consejos,
Nos estarán extrañando
Con naranjas y comida.
Los que eran ya no son
Los que estaban ya se fueron
Y en esta caminata
Vamos todos por la vida,
Y un día cualquiera nos vemos
Que ya estamos en la ofrenda
Y que nos ven con cariño
Como recuerdo de niños,
Y como hoy los extrañamos
También quizá nos extrañen,
Con amor y con tristeza,
Y si estamos en la ofrenda
Estaremos muy contentos,
Porque será la certeza
De que sembramos cariño
Y eso mismo recojamos
De variadas voces nuevas,
Que hablarán de nuestra foto
Como Tío, padrino o abuelo
En esto que da la vida
En la ofrenda de noviembre.
(Adalberto Peralta Sánchez, 1 de junio del año 2019)