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jueves, noviembre 7, 2024

Un altar, y un poema de mi hermano

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LAGUNA DE VOCES

Miro cada una de las fotografías que mis hijas y mi nieta colocaron en el altar. Hay una historia amplia, sentidísima en sus ojos, en sus expresiones, en su profunda capacidad de mirarnos y, para fortuna nuestra, podemos confirmar en el recuerdo, su confianza en que pudiéramos recordarlos para que siempre estén con nosotros, hasta que un día nos agreguemos a la ofrenda de muertos, para aprender que, después de todo, hay alegría en estos días, porque comprendemos que el misterio de la muerte es idéntico al de la vida, y que por lo tanto en ambos casos es importante hacerles una fiesta.

Miro con alegría entonces a nuestros más recientes difuntos, es decir a mis dos hermanos, y me gustaría contarles que los he soñado un buen número de veces; en la angustia de estos años por el trabajo, en las tardes, cuando de repente sé que sus palabras resultarían vitales para sortear las complicaciones que a veces se nos trepan en los hombros.

Me gustan los altares que hacen Mariana y Vale, dirigidas por Tania. Porque lo construyen paso a paso, con el gusto sincero de quienes cada día son más sabias que uno, necio en invocar la tristeza en cada recuerdo, porque celebran, cantan, y se divierten como cuando eran niñas. Es decir que sí, saben que es cosa seria la muerte, pero también que el conjuro más valioso en estos, y todos los días, es la memoria, las veces que su tío Toño les contaba cuentos, las explicaciones únicas y claras que su tío Beto les daba sobre la bondad única de Jesús de Nazareth.

Por la posibilidad vital de platicar con cada uno de nuestros difuntos, le transcribo un poema que mi hermano, Adalberto, publicó el primero de noviembre de 2019, y que dibujan a un hombre que siempre tuvo una profunda fe en la bondad, en la certeza de que los recuerdos atan la vida al camino de los que un día se fueron, pero se quedaron para siempre.

LOS QUE SE FUERON

Con flores de cempasúchil

Hice un altar de mi ofrenda

Y coloqué los retratos

De quienes ya se marcharon,

Y recé como en el pueblo

Me enseñó mi santa madre,

Con fe, con amor y llanto,

Porque aunque ya se marcharon

Los tengo aquí muy adentro

Y los saludo y venero

Todos los días de cada año,

Porque nunca se marcharon,

Estarán siempre presentes,

Y cuando todo termine

Sé que me estarán esperando

Para iniciar otra senda

De luces y de cometas,

Para terminar el juego

Que  iniciara con mi niño,

Con su carrito de lata

Y su sueño con el lobo

Del cuento de la leyenda.

Colocaré los retratos 

De mi Madre y de mi padre

Para verlos siempre juntos

Caminando como entonces,

Ella hermosa, ojos de cielo,

Él Fuerte como un sabino

Con su paisaje de bosques

De llovizna en el sembrado,

Con su corazón de hierro

Y sus manos campesinas,

Siempre llenas de verano,

Y ella poeta del pueblo

Con su voz como evangelio,

Que sembraba paz y calma

Cuando las barcas lloraban.

Colocaré sus retratos 

En mi ofrenda de noviembre 

Y les rezaré en voz baja

Recordando sus miradas,

Y sintiendo que en mi mesa

Tienen lugar para siempre,

Porque una madre y un padre

La verdad, nunca se marchan,

Y los seguimos oyendo

Atentos  a nuestra marcha,

Como entonces

Como ahora,

Como siempre y para siempre.

Es muy rara mi agenda

De recuerdos y de ofrenda,

De mi Madre sólo tengo

Una foto y es muy bella,

Su mirada de cariño

Que me acaricia y abraza .

Mi Madre se fue una noche

Sin bendecir mi cabeza,

Mientras mi hermano pequeño

Ignoraba su partida,

Porque a esa edad nadie muere

Sólo se nos van de viaje …

La tía Adela, Guadalupe,

Amelia y tía Fortunata

Los tíos Manuel y Ezequiel

Martín, Don Rubén, Lupita,

El Paco con su alegría,

También están en mi ofrenda

De luces y de nostalgia,

Son recuerdos que nos tienen

Atados  a su camino

Y nos gusta recordarlos,

Porque parte de la vida

La escribimos junto a ellos

Y algo nuestro va en su viaje

Y un día cualquiera estaremos

Regresando en nuestra ofrenda,

En que aquellos que nos quieren

También pondrán nuestra imagen

Con tamales y con mole,

Para seguir como ahora

Platicando de las cosas

Que nos hacen estar vivos

Y presentes en la mesa.

Quiero platicar con ellos

De mis penas y alegrías,

Son mis muertos

Son mi gente

Y yo soy uno de ellos, 

Entienden lo que platico,

De mis sueños y alegrías ,

De cómo al ver los aviones

Veo tiburones de acero

Y no miro los anzuelos

Para llevarlos a casa.

Ellos conocen mi cielo

Mi laguna con sus patos 

Y saben que los espero 

Porque mi madre lo sabe,

Que aunque ya con muchos años,

Sigo siendo su pequeño

Que la extraño en el camino

Para ir a la laguna 

Y ver cómo los pescados

De pronto son una estrella

Que brinca sobre sus aguas,

Y mi padre bien lo entiende

Que me hace falta 

En las horas que todo se ve de negro,

Para que yo de su mano

Camine por el sendero

De sabinos y oyameles.

Y quiera como él quería 

Los zurcos de la cosecha,

Lo verde de sus maizales,

El vaivén de la cebada,

El sabor de los elotes

Y el amor por los hijos.

Hoy en mi ofrenda recuerdo 

Cuántos ya se adelantaron,

Cuántos espacios vacíos,

Cuánta nostalgia por verlos …

Pero sólo es un momento 

De ausencias y de tristeza,

Pronto frente a sus retratos 

De la ofrenda  con sus flores,

Alguien mirará la nuestra 

Y así como hoy extrañamos

Sus voces y sus consejos,

Nos estarán extrañando 

Con naranjas y comida.

Los que eran ya no son

Los que estaban ya se fueron

Y en esta caminata

Vamos todos por la vida,

Y un día cualquiera nos vemos 

Que ya estamos en la ofrenda

Y que nos ven con cariño

Como recuerdo de niños,

Y como hoy los extrañamos

También quizá nos extrañen,

Con amor y con tristeza, 

Y si estamos en la ofrenda 

Estaremos muy contentos,

Porque será la certeza

De que sembramos cariño

Y eso mismo recojamos

De variadas voces nuevas,

Que hablarán de nuestra foto 

Como Tío, padrino o abuelo

En esto que da la vida 

En la ofrenda de noviembre.

(Adalberto Peralta Sánchez, 1 de junio del año 2019)

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