LAGUNA DE VOCES
Un 14 de octubre de 1935 arreció el frío igual que la noche de ayer; pero en ese tiempo Pachuca era aún más desolado, y el viento agarraba fuerza desde los cerros que la rodean, furia andante entre callejones, rabia inmemorial en la Plaza Independencia, tiempos del gobernador, Ernesto Viveros Pérez, a quien sucedería el legendario político, Javier Rojo Gómez, patriarca de una estirpe de poder, casi hasta nuestros días, de manera directa o indirecta. Pero ese día, justo el 14 de octubre de aquel año, y usted debe saberlo, toda la ciudad amaneció helada, al borde del congelamiento de todo ser vivo, y la absoluta seguridad de que nadie acudiría en su ayuda, porque igual que siempre, la capital hidalguense solo era de visita interesada, aunque por esas fechas el general, Lázaro Cárdenas, presidente, hizo la diferencia.
Sin embargo, el frío no acabó con la vida de una sola persona, tampoco animales, mascotas de todo tipo. Era diferente al que se hubiera sentido en cualquier momento anterior, porque se atesoraba en medio del pecho, algunos afirmarían en el corazón, pero sobre todo en un sentimiento de nostalgia, de tristeza a futuro, de saber que casi 90 años después, andar por esos lugares con una simple camisa de manga corta en los hombres, una blusa delgada en las mujeres, no era que retaran al clima, no es que denunciaran que los nacidos en la capital de Hidalgo, se habían hecho inmunes al frío. Era que desde ese 14 de octubre del 35, se habían hecho inmunes a los vaivenes del tiempo, del universo mismo, y nada ni nadie les volvería a complicar el ánimo, el gélido sentimiento.
En Pachuca es difícil encontrar a una persona friolenta, aunque las hay. Pero la mayor parte degustan una paleta, un helado cuando el termómetro está casi bajo cero. Es una tradición, y por eso abundan las Michoacanas, las Franky, las Santa Clara, y otras, muchas otras.
El frío detiene las exageraciones en los sentimientos, y con bastante regularidad hace que uno se guarde en la casa. Pero no a los que tuvieron como cuna el ulular del viento, el desenfrenado gesto de espanto del aire que baja de las montañas.
No hay frío, donde hace falta más que un día congelado para espantar a los que caminan por la Plaza Independencia. Y no hace frío, ni siquiera como el registrado en el 35 de un día como ayer, porque buena parte de su población vivió a más de 400 metros bajo tierra, en la explotación de los minerales, de la plata y el oro. Y ahí, más cerquita de los mismitos infiernos, hace calor, mucho calor.
Así que cuando la jaula de metal que bajaba a los trabajadores a velocidades de miedo, finalmente se abría a cada cambio de turno, salía el calor, el de la antesala del hogar del que no es bueno. Y eran bocanadas de calor, muchísimo calor. Y junto con el aire helado, transformaban por minutos los callejones de la ciudad, respiraban el aroma de la vida, y , de algún modo, convertían un día de absoluta nostalgia, en otro de absoluta esperanza.
Mil gracias, hasta mañana.
Correo: jeperalta@plazajuarez.m
X: @JavierEPeralta