Memento
“Subir esta roca hasta la cima y que se vuelva a caer, y que se vuelva a caer y yo me vuelvo a caer, otra vez y otra vez para siempre cultivo en mí mismo un desierto aquí en mi boca”
Sísifo – Niños del Cerro
Sísifo proviene del griego antiguo Sísyphos, nombre propio del mítico rey de Éfira (la actual Corinto). Su etimología exacta es incierta, aunque se dice que puede derivar de una raíz que significa “sabio” o “prudente”, posiblemente relacionada con soph- de sophós (sabio).
En el mito, Sísifo es descrito por Homero y otros poetas como “el más astuto de los hombres”, lo que refuerza la idea de que su nombre aludía originalmente a la inteligencia o al ingenio. Según la leyenda, Zeus lo condena a empujar eternamente una piedra colina arriba, que siempre vuelve a caer antes de llegar a la cima. Por eso, en el lenguaje moderno, “trabajo de Sísifo” o “tarea sisífica” significa una labor interminable, inútil o sin sentido.
El mito de Sísifo ha sido reinterpretado por la filosofía moderna, sobre todo por su potencia simbólica: una figura humana enfrentada a una tarea absurda, interminable, y aun así, persistente. El castigo representa la repetición sin fin, el esfuerzo sin propósito, el absurdo de una existencia. La piedra es el peso de nuestras tareas cotidianas. Pero también simboliza la conciencia del ser humano frente a lo inevitable: la muerte, la frustración, la impermanencia.
En “El mito de Sísifo”, Albert Camus usa este relato para reflexionar sobre el absurdo existencial: la contradicción entre la búsqueda humana de sentido y un mundo que no ofrece respuestas. Camus no ve a Sísifo como un derrotado, sino como un héroe de la conciencia. Y concluye: “Hay que imaginar a Sísifo feliz.”
Para él, la rebelión de Sísifo está en aceptar el absurdo sin rendirse; en seguir empujando la roca sabiendo que caerá, pero encontrando en ese movimiento mismo su libertad. El momento en que Sísifo desciende de la cima para recoger su piedra no es de resignación, sino de lucidez: sabe lo que le espera, y aun así elige hacerlo.
En más de una ocasión, he imaginado a un Sísifo pleno. Al final, ¿cuántos no hicimos una travesura que valió la pena y sonreímos al recordarla mientras cumplíamos la condena? Como mi mamá, cuando tiñó el cabello de la pareja de mi abuela y le quedó todo dorado: aún hoy lo cuenta con una sonrisa. O al estar sufriendo una cruda monumental, recordar cómo bailaste y disfrutaste la noche anterior. La tranquilidad de tener dormido a mi hijo en el pecho, después de un nuevo berrinche. La risa de mi hijo mayor al “castigarlo” pintando su cuarto por haberlo rayado… porque, había valido la pena. Imagino a un Sísifo con el peso de su roca, pero diciendo interiormente: “ Me la pelaron Perséfone, Tánatos y el mismo Zeus”, algo que no cualquiera puede decir.
En la película “Golpe bajo: El juego final” (“The Longest Yard”). Crewe le pregunta a Skitchy, si golpear al alcaide Hazen valió la pena, a lo que Skitchy responde afirmativamente con una sonrisa. Así me imagino a Sísifo, disfrutando su condena. Crew comanda el ataque de la Mean Machine, ganan el juego, y disfrutan la victoria a pesar de imaginar la consecuencia de ello.
Para mí, la felicidad es la tranquilidad de haber culminado una empresa o una misión. Un ejemplo simple: llegar al domingo y poder estar con mi familia. Esa tranquilidad, para mí, es una felicidad plena, más allá de la euforia que provoca la alegría.
Otro ejemplo: lo feliz que me siento al acudir a mis clases, aunque el domingo termine vapuleado. Cansado, sí, pero con la serenidad de haberlo hecho. Eso hace que valga la pena la semana laboral, que —dicho sea de paso— no es del todo desagradable. Tengo buenos compañeros, mi jefazo me cae muy bien y las tareas resultan llevaderas, claro, con su complejidad inherente.
A veces me he preguntado por qué la gente que tiene la oportunidad de retirarse posterga la decisión. Muchos dicen que la rutina es lo que los mantiene con vida. En esa lógica, la piedra de Sísifo les da la energía del día a día. Y con esa analogía, entiendo la razón de su permanencia. Tienen una misión diaria que cumplir, llevar su roca por una jornada laboral de unas cuantas horas y al final del día esta cae, para el siguiente comenzar a subirla nuevamente después de checar su entrada. Quizá el lograr su meta diaria les otorga un rayito de felicidad.
La conseja de hoy:
No les pido que anden por la vida con una sonrisa todo el tiempo —eso sería muy hedonista (que, ahora que lo pienso, podría ser tema para otra entrega)—. No se puede ser feliz siempre.
Sin embargo, ver tu empleo o tus actividades sisíficas como una manera de alcanzar una meta o la felicidad puede ayudarte mucho. Como diría mi amigo Yanko: “Si tengo que hacerlo, lo hago y ya” y como diría Skitchy: «Valió -la pena- cada maldito segundo» («It was worth every miserable second»)


