LAGUNA DE VOCES
Siempre buscó la casa donde construiría su vida, para luego crecer, vivir y finalmente morir. En realidad, suponía que sería el mundo entero, países lejanos con otros idiomas, tardes y noches suficientes para extrañar con evocadora melancolía todo lo que había perdido. Empezó a creer que la lluvia acompañaba con excelente presencia la decisión de mirar, simplemente mirar lo que nunca tuvo, pero añoraba por quién sabe qué razón. Estaba decidido el futuro, por lo tanto, el pasado, pero nunca el presente, que detestaba con singular rabia por el simple y sencillo hecho de que no lo comprendía, mucho menos aceptaba que el tiempo pasara con tanta velocidad, y hoy mismo se asomara ya cercano el cierre de otro año, caracterizado por la única y absoluta preocupación por el dinero, las deudas que saldar, la condena que purgar por atreverse a soñar tantas cosas, que llevaría una vida mencionarlas, explicarlas. En la tarde, ya de noche, se repetía una y otra vez el lugar, un café de pintura, un personaje apesadumbrado no por lo que había perdido, sino lo que nunca perdió.
Estaba solo sentado en una silla de madera vieja, carcomida por la lluvia. Una de metal delgado, delgadísimo como las manos que apuraban la taza que trajo la mesera y puso sobre el vidrio estrellado que sostenía la estructura de fierro viejo. Empezó a pensar que estaba preso por el presente, y que el pasado o el futuro lo esperaban, igual al vidrio sobre el que humeaba el café, pero al menos soportado en delgadísimos hilos. Se dio cuenta que sus sueños tenían que anclarse de alguna parte, de algún lugar, de algún recuerdo.
Así que no podía morirse siquiera, porque eso siempre sería efecto de un pasado, y sucederá dentro de algunos años, pero tampoco lograría construirse sin antes tener causas.
Vivir el hoy, la frase tan mentada por los mercadólogos de la felicidad, de los entrenadores del buen vivir, de los que todo reducen, ahora resulta, a decretar que las cosas se acomoden como huacales en el mercado.
No tenía caso.
Así que apuró la taza de café, azuzó a la lluvia para que fuera más violenta, a la luna que iluminara el acto mágico, esperado por todos los espectadores, que exclamaron un “¡Ah!”, cuando se esfumó ante sus narices, luego de negarse a construir un futuro con la pobre realidad que le había tocado por vida.
Mil gracias, hasta mañana.
@JavierEPeralta