LA RULETA
Alhelí García Altamirano

Durante toda mi infancia, mi familia y yo nos vimos obligados a cambiar constantemente de domicilio a causa del trabajo de mi padre, él era periodista y, ya sea por su cambio constante de trabajo, por las investigaciones que tenía que realizar o por salir corriendo como consecuencia de los resultados que exponía, todo el tiempo cambiamos de casa, así fue como conocí casi toda la República, nuestro peregrinar terminó cuando llegamos a “Los Muertos”, una ranchería perdida cerca de la frontera entre los estados de Durango y Chihuahua, aquí nos refugiamos, pues quienes seguían a mi padre eran peligrosos y en este pueblo olvidado de la mano de Dios, nadie nos encontraría.
Se decían muchas cosas en la región, cuentos de fantasmas y de tesoros, la gente de los pueblos decía que durante la revolución los villistas habían escondido sus tesoros, que los dejaban resguardados con el alma de algún incauto, siempre con la esperanza de volver, pero al irse con la bola y con la cosa como estaba, la mayoría nunca volvió.
Decían también que había casas que ardían de noche, casas donde los muertos lloraban, y que aunque muchos eran los valientes que buscaban los tesoros pocos eran los afortunados en sacarlos, la mayoría lo único que ganaban era un buen susto. Otros, los menos afortunados, no salían con vida, el truco era que el muerto te eligiera.
Decían que una vez que el muerto te elegía, tenías el derecho de sacar el tesoro, pero a veces tenías que sacrificar algo, otras, solo te lo otorgaban. En mi caso, no me pidieron nada, después de todo yo era el único de mi familia que veía el fuego en el patio, una flama que se avivaba cada noche, Al principio mi padre decía que eso seguro era consecuencia de la combustión de los gases naturales, que él había leído acerca de ello, al fin y al cabo mi padre era hombre de ciencia.
Tiempo después, el fuego que ardía en el patio de la casa se acompañó de llantos, todas las noches los escuchábamos, cada vez se hacían más fuertes, cuando se lo conté a unos amiguitos me respondieron que sus papás decían «ahí donde llora el muerto, ahí está el dinero».
Así que ante la incredulidad de mis padres y con la insistente presencia del llanto y del fuego, un día me animé a escarbar junto con unos amigos el tepetate del patio, fue un día que mis padres fueron a la ciudad, cuánto más escarbaba, el llanto se hacía más fuerte, ya no era él único en escucharlo, ahora también mis amiguitos lo oían, pero el llanto los asustó a tal grado que terminaron huyendo del lugar, tan solo yo permanecí en la labor.
Escarbé y escarbé por no sé cuánto tiempo, hasta que un morral apareció en el fondo del agujero, ¡lo había encontrado! El tesoro de algún villista. Cuando abrí el morral y vi las monedas de oro ¡No lo podía creer! Seríamos ricos, ya no tendríamos que mudarnos, cualquier cosa era posible…
- Mathias, plebe, ¿Con quién hablas?…
- ¡Guelita! con un niño que me cuenta una historia de ladrones y tesoros, todo el tiempo la repite, justo aquí a la mitad del patio ¿No lo oyes?
- ¡No, buki! Y tú tampoco deberías escucharla, ‘amonos pa’ la cocina. …cualquier cosa era posible, como nunca más tener que mudarnos.

