Agenda Educativa
En el mundo académico, la violencia no está exenta en la lucha por el poder, la notoriedad, el prestigio y el estatus
Homo academicus es una locución latina que hace referencia al académico, no en términos del género masculino, sino en un sentido filosófico. El homo academicus alude a ese ser que habita las universidades, las facultades, y camina por los salones de clase.
Este objeto de estudio fue analizado por el sociólogo Pierre Bourdieu, quien publicó en 1984 la obra Homo academicus. Como lo reseña Domingo Balám (2011), la obra no intenta ser un panfleto, ni un instrumento de autoflagelación, ni tampoco un gesto de ingratitud hacia la institución en la que trabajó —esa sería una lectura simple. Por el contrario, Bourdieu busca ofrecer una reflexión crítica sobre la universidad y el académico o profesor universitario.
Desde esta perspectiva, nos encontramos con una mirada que desromantiza el mundo universitario y desmitifica la universidad como un lugar áureo o puro, ubicándola, en cambio, como un espacio social atravesado por luchas de poder. En este mundo universitario —también denominado mundo académico— los profesores o académicos no habitamos una torre de marfil, ni somos espíritus puros, guardianes del saber, el conocimiento y la ciencia. Al contrario, somos seres humanos —como lo demuestra la literatura— con celos, vanidad, envidia y deseo. En el mundo académico, dice el sociólogo, los profesores también estamos atravesados por el deseo de poder.
En el lenguaje de Bourdieu, el mundo académico es un campo; es decir, un espacio social de conflicto, un lugar de lucha constante por el poder (ya sea para adquirirlo, defenderlo o incrementarlo). En este campo se encuentran naturalizados el prestigio intelectual y científico, los cuales se traducen en poder político o económico.
¿Cómo se observa el poder académico? Según Bourdieu, a través de los diversos capitales de los que recurre el académico: el capital heredado o adquirido (la familia, la escuela donde se estudió), que se engarza con el capital académico y que se transforma en libros, artículos en revistas y semanarios, actividades de divulgación como emisiones televisivas -en nuestros días, a seminarios, foros, piezas periodísticas, congresos, etc- y puestos en comisiones o direcciones universitarias.
En Homo academicus, el poder académico se expresa en las facultades, en la organización de las disciplinas, y en el prestigio intelectual y científico que encarnan los académicos, los profesores universitarios o investigadores con reconocimiento social e institucional. Este prestigio se reproducirá y heredará en el relevo generacional (los becarios).
¿Cuál es el punto de esta aparente reseña de una obra clásica sociológica? Básicamente señalar que en el mundo académico, la violencia no está exenta en la lucha por el poder, la notoriedad, el prestigio y el estatus. Esto explica —o al menos sirve de marco para comprender— la violencia académica, la cual ya hemos señalado previamente en relación con la formación de estudiantes en programas de posgrado: el trato deshumanizado, la obstaculización de los procesos de investigación, el desamparo, e incluso el extractivismo académico. A esto se agrega la violencia académica entre colegas en el seno de las propias universidades.
Ambas formas de violencia —hacia los estudiantes y entre colegas— sumadas a la violencia institucional, deben ser desnaturalizadas, evidenciadas y comprendidas en un nuevo momento histórico que no solo las permite, sino que las promueve y atiza mediante políticas universitarias impulsadas en nombre de la anhelada calidad y excelencia educativa.