Memento
“Hi! My name is (what?), my name is (who?) / ¡Hola! Mi nombre es (¿qué?), mi nombre es (¿quién?) My name is (chicka, chicka) Slim Shady / Mi nombre es (chicka, chicka) slim shady”
My Name Is – Eminem
La palabra nombre proviene directamente del latín nomen, nominis. Este término latino significaba: nombre, fama o reputación. Si vamos más atrás, el latín nomen proviene de una raíz protoindoeuropea (la lengua madre de la que descienden la mayoría de idiomas de Europa y parte de Asia): hnomn̥, que significaba precisamente “nombre”. Esta raíz común explica por qué palabras que significan “nombre” son tan similares en tantos idiomas. Onomástica es la disciplina que estudia el origen y significado de los nombres propios de personas.
En un convento había una monja muy triste debido a su nombre. Sor Rita fue con la madre superiora y le dijo:
- Madre, ya no quiero que me llamen sor Rita, porque todo el mundo se ríe y me dicen «zorrita».
La madre la miró seria y le respondió:
- Está bien, hija, te cambiaremos el nombre, pero ya no podrás cambiarlo, ni revertirlo.
- Con gusto, Madre superiora, cualquier nombre será mejor.
- A partir de hoy tu nombre será: ¡Sor Raymunda!
Nuestro nombre es una de las palabras que más escucharemos en la vida, nuestra personalidad será asociado a él, así como nuestra cara y demás características. Pasaron muchos años para que supiera que mi tío Diego se llamaba realmente Carlos, sigo sin recordar la razón de su seudónimo.
Marshall Mathers III, por sus iniciales M&M (M and M en inglés suena igual que Eminem). Slim Shady significa “Flaco sombrío”, es el alter ego de Eminem que le permite ser más irónico y hasta agresivo en sus letras. Es una máscara que utiliza para sacar su lado oscuro.
Eustolio viene de Eu: bien, bueno y Stolos: viaje, trayecto, marcha; algo así como “buen viaje”.
Mi segundo nombre es Eustolio, y aunque no es del todo de mi agrado, gozo mucho de la herencia etimológica que significa, pues es la única herencia que tengo de Don Eustolio Díaz Pérez: ni un metro cuadrado me tocó. La neta, el nombre no me agrada; mi madre me lo dio por su amor a su abuelo, y creo que seré el último de la familia en portarlo. En distintos escenarios me llaman por ese nombre: quizá por ser poco común, quizá por bullying, quizá porque les gusta; a ciencia cierta, no lo sé.
En fin, después de tantos años decidí simplificarlo y de Eustolio pasó a “Eusto”, que hasta coquetón se lee.
Conocí a un tipo llamado Apolinar, “Polo” pa’ la banda. Era la sexta generación de primogénitos de nombre Apolinar en su familia: Apolinar su tatarabuelo, Apolinar su bisabuelo, Apolinar su abuelo, Apolinar su padre… y su primer hijo también debería llamarse Apolinar.
Polo se casó y, al pasar los meses, llegó la noticia del embarazo de su esposa. La tradición familiar indicaba ya el nombre y apellido del bebé. Lo que nadie contaba era que, en lugar de ser un varón, la próxima persona en pertenecer al dios Apolo era una niña. No había lugar a dudas: Apolinaria se tendría que llamar. No alargaré más el desenlace; solo diré que aquella relación terminó en un divorcio y, por primera ocasión en décadas, la tradición Apolinariana se rompió.
Nombrar a un hijo como alguno de sus progenitores podría ocasionar: herencia emocional por una mala reputación del padre, confusión en la dinámica familiar, pérdida de identidad individual, presión por vivir a la altura del nombre heredado, y un par de puntos extra. Claro está, lo anterior no es ley, pero ¿qué necesidad de llamar a alguien con el nombre de otras personas, pudiendo darle individualidad y respeto por su propio camino?
Pero bueno existen casos en los que el padre puede tener la certeza de que al menos la criaturita será su tocayo.
Conocí a una chica cuyo nombre era Leididayana. Me sorprendió mucho, jamás había escuchado ese nombre. Resultó que su mamá —como yo— pertenecía a la generación X y, por la exposición a los medios de comunicación, conoció la historia de la Princesa de Gales, Diana Frances Spencer, conocida en la realeza como Lady Diana (pronunciado en inglés Leidi Dayana), y debido a la admiración que sentía y a lo chido que se escuchaba, decidió llamar así a su hija.
Y existen casos en los que buscan llamarle con dos o más nombres para que escoja el que más le agrade, y tanto lío para que al vástago terminan diciéndole: “El Pecas”.
La conseja de hoy:
Cuando piensen en el nombre de sus hijos, tomen en cuenta el mío, por fa. Y si van a traer a un santo en su cartera, por favor piensen en San Eustolio: es muy milagroso; de lo contrario, ¿cómo se explica que yo siga aquí?
Y como diría la protagonista de un chiste: “No se llama ansina, se llama Eusto y ansina quiero que le digan”.