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No te mal pases 

Oscar Raúl Pérez Cabrera
6 Min de Lectura
Archivo

PEDAZOS DE VIDA

La abuela se había encargado de esculpir una serie de frases en la memoria de los nietos, y no es que ella hubiera querido esto, sino más bien que como el agua cotidiana que le da forma a las estalactitas, así sus dichos que repetía una y otra vez habían agarrado forma dentro de la personalidad de los nietos, sobre todo de aquellos que vivieron, cuando niños, en su casa. 

“Vístete lento, que llevamos prisa”, le decía a la tía Ximena, porque siempre por sus prisas se le olvidaba algo y tenía que regresar para perder más tiempo del debido. “¡Pinche vieja shenga!”, decía cuando iba a hablar mal de la vecina o de la de la tienda o de cualquier mujer a la que fuera a referirse de una forma despectiva o con coraje, como cuando la maestra del kinder regañó a la Kimberly porque se cagó encima y al llegar a casa, dijo: “no le hagas caso a esa pinche vieja shenga, pero tampoco te debes cagar encima mijita, no seas shenga”. 

Entre las frases que se habían condensado en la memoria del Santy, ahora conocido como “El Chicatanas”, estaba aquella que la abuela le decía a sus tíos antes de que salieran de casa rumbo a sus trabajos: “No te mal pases Juan, no te mal pases Pedro, come bien y no vayas a dejar el topper aventado por allá”. A la abuela le preocupaba mucho que alguno de los dos le perdiera el topper pero le angustiaba que no comieran a sus horas, y aunque los dos estaban regordetes porque de niños nunca les faltó su atole de masa, la amenaza de una anemia siempre era argumento para la hiperbólica anciana. 

El Santy estuvo muy bien los años que vivió con la abuela; pero luego, la madre que nunca maduró, tras pelearse con la venerable viejita, decidió convertir al chamaco en objeto de revancha y le rompió el corazón llevándoselo de su lado sin tener idea de que en plena adolescencia, aquél niño de colegio se convertiría en “El Chicatanas”, un chófer de ruta con la preparatoria trunca (si a medio semestre de prepa se le puede llamar así). 

Y es conveniente recalcar que ese muchacho pudo también ser un chófer de ruta, pero hubiera sido completamente distinto si a ese trabajo hubiera llegado con la instrucción de la abuela, quién a diferencia de la progenitora sí sabía ser madre. Igual y había sido shenga con sus hijas, pero esos errores le dieron sabiduría para tratar con los nietos, como siempre sucede en México. 

Tenía 22 años “El Chicatanas” y había embarazado a varias pasajeras que se subían, por turnos, como copilotos a la nave que por las noches parecía antro andante por la música y las luces neón que les había colocado. Sus compañeros decían que hasta suerte tenía porque ninguna había querido que “El Chicatanas” se hiciera responsable, y seguramente hubo hasta abortos de los que ni siquiera se enteraron.

Aquella tarde, “El Chicatanas” llevaba prisa, estaba encabronado aunque nadie sabe a ciencia cierta por qué, pero la sospecha de que fue porque no alcanzó comida con la señora que conocen en la base como “Doña Pelos” es una posibilidad. Toda la tarde la pasó sin comer hasta que decidió, a eso de las siete de la tarde, pedir una torta en el estanquillo donde hacía parada para checar. Le dijo al compañero checador que le comprara una “Tatiana” (torta de milanesa con pierna y quesillo) y al pasar por el lugar la recibió no sin antes decirle al compa “nunca te mal pases, Pepe Grillo (así le decían al pobre checador no por sabio, sino por chaparrito)”.

Una mordida y todo cambió, sonaron coros celestiales acompañando el corrido tumbado que traía en la colectiva; otra mordida a la Tatiana y el quesillo comenzó a resbalar; luego entre la torta, un carro que se metió y la falta de refresco, vino la tos. Trató de frenar pero aceleró, estuvo a punto de atragantarse pero con la sacudida de la camioneta el queso salió como entró aunque demasiado tarde…

Así fue el trágico final de tres de los 15 pasajeros que llevaba antes de voltearse. “El Chicatanas” sigue en terapia intensiva, ahora sí que se mal pasó y se mal pasó bien.

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