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Hidalgo
martes, octubre 7, 2025

Ni era mulato, ni estaba en Córdoba 

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PEDAZOS DE VIDA

Qué te diré, el cuadro apenas medía como un metro de ancho por dos de largo, estaba grande en comparación con los demás, aquella noche decidimos tomar un brandy, la reunión —habían dicho— sería en la casa del maestro Ordaz, ahí estaban todos: Juan y sus poemas; Ronaldo y su excentricidad; el joven Miguel con su puro, y había otros dos que no reconocí hasta que me los presentaron: Jaime, el maestro pintor del norte, y Zenón, un escritor que venía del más lejano país del sur.

Aquella noche decidimos tomar brandy, y en torno a este surgió la charla que se convirtió en discusión. De fondo estaba una canción del recién fallecido Steve Bandre, pero el hecho de encontrar respuesta a si el arte se generaba en el artista o si el artista, al generar el arte, se gestaba en él, trajo muchas preguntas que no fueron resueltas al final de la noche.

Sin embargo, Tony —como le decíamos al maestro Ordaz— nos había reunido para que observáramos su más reciente creación y, como en ocasiones anteriores, sólo faltaba preguntar qué había pintado últimamente para que bajara de su estudio el cuadro que casi siempre estaba recién terminado.

Así fue. Mientras la música continuaba, los vasos se llenaban una y otra vez al ritmo en que todos bebían, el magnífico cuadro apareció. Era un estilo completamente diferente a lo que había pintado antes, una rara mezcla que a momentos parecía tener forma, pero, de acuerdo con el ángulo, la perspectiva y la visión, cambiaba y daba otros aspectos. Tony había hecho varios estudios en composición geométrica y ahí se reflejaba gran parte, pero no terminaba de mostrarse entre colores ocres.

Los halagos y las críticas a favor no se hicieron esperar, pero algo había que no terminaba de gustar. «Era la armonía» —decía Miguel—, afirmación con la que no estuvimos de acuerdo. De pronto los temas fluyeron y la obra, a pesar de que fue la que detonó la plática, pasó a segundo término.

Todo esto hubiera pasado de largo como en otras ocasiones que logramos reunirnos, pero aquella tarde el maestro Ordaz realmente nos sorprendió cuando, un tanto alcoholizado (lo que nunca se hubiera visto en él), comenzó a hablar en un idioma totalmente desconocido para nosotros, tiró su cuadro al piso y se arrojó sobre él…

Nuestra reacción fue inmediata, tratamos de levantarlo hasta el momento justo en que su cuerpo, en cuestión de un segundo, se hundió y desapareció. Todos avanzamos hacia atrás, el maestro ya no estaba. Zenón se dio valor y levantó el cuadro, pero no había nada; ya sabíamos que el maestro no podría estar debajo, pero aun así necesitábamos ver que no había más que la duela de madera que conformaba todo el piso.

Y, aunque no lo crean, la policía prefirió dejarnos libres a creer en nuestros testimonios. No encontraron pruebas de nada y el cuadro no supimos dónde quedó. A veces en los sueños veo al maestro Ordaz, pero nunca olvidaré aquella tarde en que lo vi por última vez.

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