Espejos de la realidad
Hay frases que cambian de sentido cuando una se mueve de país.
Aquí en Estados Unidos, “How are you?” no significa nada, al menos esa es mi percepción, es una cortesía automática que no espera respuesta. Aprendí rápido que es un saludo, no una invitación.
Aun así, cada vez que lo escucho me pregunto si a lo mejor aprendieron a esconderlo porque la vida es más sencilla así, sin abrir nada.
Lo cierto es que la vida igual se abre, aunque uno no quiera.
En estos meses he visto a trabajadores latinos sostener tres mundos al mismo tiempo: el del trabajo, el del miedo y el del silencio. Los he visto acomodar cajas. También he visto otra cosa: cómo se hablan. Un pavo que alguien regala, porque son gratis y se acerca Thanksgiving. Un “¿Sí llegaste bien amiga?” mandado por mensaje a las dos de la mañana.
Cosas así. Nada espectacular. Pero eso mantiene viva a la gente.
Pensamos que las ciudades cambian por leyes o discursos, pero la verdad está en esos arreglos chiquitos que nadie registra. Víctor, el carnicero, que corta un pedazo extra “porque sí”. Mari, la de la miscelánea, que memoriza lo que te gusta comprar aunque solo te vea los fines de semana. Sheryl, en la recepción, que escribe el nombre con doble N sin darse cuenta de que está inventando otra versión de ti.
Todo eso compone una vida.
Lo otro —el gobierno, las noticias, la economía— solo hace barullo.
Los migrantes hablan mucho de lo duro que es empezar de cero, pero no tanto de esto: del paisaje nuevo de personas que terminan sosteniéndote. De cómo una, sin darse cuenta, empieza a buscar en los demás el mismo calor que tenía, en su país, en su gente. Y sí, a veces se encuentra. Otras no.
Creo que por eso me impresionan tanto las pequeñeces cuando vienen de verdad. No el “How are you?” automático, sino el ¿qué cuentas?


