PIDO LA PALABRA
Cada día muere mucha gente inocente, sin razón alguna, aunque la muerte provocada jamás tendrá alguna razón; unos se mueren de hambre; otros, su vida se extingue por culpa de la guerra; también, la vida se nos escapa por la ambición, propia y de otros; muriendo por la locura de unos miserables sujetos que con un arma en las manos se sienten los propietarios de las vidas ajenas.
Niños maltratados, niños asesinados por la falta de atención a nuestros hijos, atención que nosotros los padres hemos transferido a algún tercero y en el que vaciamos nuestra responsabilidad por algunas horas, después de todo, saliendo de la escuela le toca el turno a la televisión ayudar a educar a nuestros hijos.
Citando a Jaime Torres Bodet diría: “Un hombre muere en mí siempre que un hombre muere en cualquier lugar, asesinado por el miedo y la prisa de otros hombres”, hasta aquí la cita, pues es obvio que no podemos quejarnos de lo que no hemos hecho nada por evitar; nosotros no podemos, no debemos seguir viviendo con miedo, no es racional que el hombre siga siendo el lobo del hombre, el ser humano, el homo sapiens debe privilegiar el raciocinio y no el instinto.
Muchas de las desgracias humanas lo son por la ambición del poder político y económico; el poder nos envilece, corrompe bondades, destruye conciencias, lacera la dignidad de aquellos que no lo tienen y que hacen hasta lo indecible por conseguirlo; enfrenta a hermanos contra hermanos; Caín y Abel hoy solo serían una simple anécdota totalmente superada por nuestra realidad.
La prepotencia del poderoso es una insultante bofetada a la retórica política de los que nos endulzaron el oído y después nos dieron la espalda; otros nos han apuñalado con leyes lesivas pero tapadas con argumentos emprendedores; los miedos del trabajador no son relevantes, pues solo se trata de números, de un recurso fácilmente renovable; nunca se piensa en los asalariados como personas con dignidad.
En las iglesias hay gente que se da sus “golpes de pecho” implorando el perdón, pero al salir se transforman en lobos al acecho de su presa; con una limosna pretenden acallar su conciencia; ganarse el cielo con sus clubes de gente virtuosa haciendo colectas para aparecer en la columna de sociales.
Los malos ejemplos rápido se propagan, la conducta negativa es fácil de aprender; hacemos héroes a los villanos y criminalizamos a las víctimas; los malos van una jugada adelante en el ajedrez de la historia; cuando los niños juegan a “policías y ladrones”, ya nadie quiere ser “el policía”, siempre pierden; y después de todo, la conciencia del criminal ya no pesa, ya está putrefacta, pues quita vidas sin remordimiento alguno.
¿Podemos corregir?, ¡desde luego que sí! Entonces, ¿por qué no lo hacemos?, la inercia de nuestra época nos ha quitado sensibilidad, hoy no vemos al prójimo, nos aprovechamos de él; la solidaridad está perdiendo terreno y por ello se hace indispensable recuperar los valores hoy alterados; la respuesta está en la familia, en la atención a los hijos, esos hijos que son la semilla de lo que queremos para las futuras generaciones, en donde también estará nuestra huella, esa huella que puede ser el principio o el fin de nuestra historia.
Las palabras se las lleva el viento, pero mi pensamiento escrito está.