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jueves, junio 12, 2025

La indiferencia también mata

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RETRATOS HABLADOS

En Hidalgo, como en muchas otras partes de México, los jóvenes desaparecen. Primero sus familias alzan la voz, pegan carteles, se desesperan. Después, el silencio se rompe con una noticia fatal: los encuentran muertos. En fosas, en barrancas, en la orilla de algún camino, a veces con signos de violencia indescriptible. Y el ciclo vuelve a empezar. Otro joven desaparecido. Otro nombre más. Otra vela encendida.

Y, sin embargo, fuera de esas familias rotas, ¿quién tiembla? ¿Quién se detiene? ¿Quién cambia su rutina por un solo instante?

La tragedia de las desapariciones en Hidalgo ya no es sólo una estadística policial o una nota roja. Es un síntoma. Una señal profunda de una enfermedad que nos corroe como sociedad: la indiferencia. Una indiferencia tan brutal como los actos de los criminales, porque los permite, los tolera, los normaliza. Esa actitud de “mientras no me pase a mí”, esa resignación cobarde disfrazada de prudencia.

Martin Niemöller lo escribió con fuerza tras sobrevivir al nazismo:

“Primero vinieron por los socialistas, y no dije nada porque yo no era socialista… Luego vinieron por mí, y no quedó nadie que dijera nada.”

Ese poema, tantas veces citado y tan pocas veces entendido, cobra hoy un eco doloroso. No hace falta vivir en una dictadura para que nos aniquile el silencio.

Nos hemos acostumbrado al horror. Lo vemos en redes sociales, en los noticieros, en mensajes de WhatsApp. La imagen de un cuerpo tirado ya no nos quiebra el alma. La frase “apareció sin vida” ya no nos arranca un grito. Las alertas Amber son ruido de fondo. Nos hemos convertido en espectadores pasivos del derrumbe humano.

Y eso nos convierte en cómplices.

El escritor Elie Wiesel, sobreviviente del Holocausto, lo dijo sin rodeos: “Lo contrario del amor no es el odio, es la indiferencia.” Porque el odio al menos reconoce al otro como algo que existe. La indiferencia lo borra.

El filósofo Albert Camus escribió: “El mal que hay en el mundo casi siempre viene de la ignorancia, y la buena voluntad sin lucidez puede causar tantos desastres como la maldad.” Y es esa ignorancia voluntaria, ese cerrar los ojos porque duele ver, lo que alimenta a los verdugos.

Hoy en Hidalgo, y en todo México, debemos preguntarnos: ¿cuántos cuerpos más necesitamos para sentir que el muerto también es nuestro hijo, nuestro hermano, nuestra amiga? ¿Cuánto más vamos a permitir que la vida se nos vuelva rutina de sangre?

No se trata sólo de exigir justicia. Se trata de recuperar la capacidad de dolernos por los otros. De dejar de vivir en la anestesia moral. De comprender que, si no reaccionamos ahora, vendrán también por nosotros.

Porque al final, cuando el miedo se vuelva costumbre y la muerte una estadística más, será tarde. La indiferencia no es sólo un defecto del alma. Es una forma de muerte.

Y es criminal.

Mil gracias, hasta mañana.

Correo: jeperalta@plazajuarez.mx

X: @JavierEPeralta

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