LA RULETA
@CarlosEusto
He estudiado algunas cosas, pero mi verdadera escuela sigue siendo la vida. Soy chismoso profesional: escribo para comprender el mundo y, muchas veces, para sobrevivir a él.
Las palabras siempre esconden —y revelan— una idea de lo que somos.

La muerte siempre me ha seguido; al parecer, me quiere como hijo.
Mi abuela me decía que durante muchos años intentó cambiar mi vida por lo que mi mamá quisiera, por lo que deseara… y ella se negó. Sin embargo, pagó con su vida.
Creo que por eso está obsesionada conmigo; quizá soy el mega tazo dorado de su colección.
Mi abuela pasó prácticamente el resto de su vida a mi lado. Tomó la figura materna y me cuidó durante treinta y cuatro años.
La Doña usaba cualquier descuido para intentar convencerme de ir con ella, esperando que peque en mi deseo. Cada cierto tiempo se disfraza de alguien diferente para llamarme a su lado. Por alguna razón —o regla de honor— no puede simplemente llevarme: tengo que desear estar con ella. Los personajes siempre son distintos, pero la pregunta no varía:
- ¿Te gustaría estar conmigo?
Un día, siendo relativamente pequeño, abusó de su conocimiento acerca de mí; sabía de mi debilidad. Durante una pequeña ventana de tiempo en la que me aparté de la vigilancia de mi abuela, durante una fiesta, llegó encarnada de pastelera. Me invitó un pastelillo y una galleta, y una golosina más. Yo, encantado con las dulzuras, no me percaté de que, a cada paso, nos alejábamos más de la gente.
Mi abuela alcanzó a verme y gritó mi nombre. La Doña me preguntó:
- ¿Te gustaría estar conmigo y comer todos los dulces que quieras?
Mi abuela me jaló tan fuerte que no pude responder.
Regularmente lo intenta en torno al Día de Muertos, cuando tiene más fortaleza, pero en ocasiones lo hace fuera de ese tiempo, intentando sorprenderme. Entonces lo hace un poco débil. Por ejemplo, aquella ocasión en que pecó de ilusa: ¿qué tonto iba a creer que Taylor Swift estaría en el súper de mi colonia hablando perfectamente español?
Una vez casi caigo cuando se presentó ante mí como mi crush de la preparatoria. Después de unos besos, se apresuró un poco y se delató con su pregunta. Alcancé a negarme y ella se desvaneció entre mis brazos.
En otra ocasión tomó el personaje de la vendedora de autos que me acompañó a mi prueba de manejo. Me mostró todas las características del vehículo, me contó de los beneficios y las maneras de pago, y que si recomendaba el auto podría acceder a descuentos. Pero luego preguntó si quería seguir manejando, si me gustaría pasar más tiempo conduciendo con ella. Bajé del auto y regresé caminando a casa.
El año pasado jugó muy bajo. Hizo algo por lo que me dieron ganas de ir con ella solo para reclamarle todos sus actos. Un año antes se había llevado a mi abuela. En fin, que se presentó con su disfraz y me dijo:
- Hijito, te extraño. Quisiera que vieras el mundo desde este lado. ¿Te gustaría estar conmigo?
Mis ojos se aguaron y, con un tristísimo “no”, me despedí del rostro de mi Abu.
Mañana será Día de Muertos y sé que intentará convencerme de estar juntos. Estoy cansado de lidiar con ella, cansado de no confiar en nadie, de estar atento a cada palabra que alguien emite, de buscar las piezas que armen el rompecabezas del acertijo del día.
¿Y sí puedo volver a los brazos de mi madre? ¿Qué tal que puedo acariciar el rostro de mi Abu una vez más?
A lo lejos los perros no paran de ladrar. Desde la ventana veo una silueta que se acerca a mi puerta. Y por primera vez, no tengo miedo.
Quizá podría dejarme guiar por el aroma del copal y antes de escuchar la pregunta de La Doña, pueda responderle… “sí”.

