LAGUNA DE VOCES
Los perros son casi humanos, o humanos, pero bebés. Si los miras, te miran con interés a veces, más con curiosidad, otras con la intención de que te intereses en su necesidad de ir al parque, corretear al primer gato que se les atraviese en el camino, pero en estos tiempos de calor, simplemente para tirarse en el pasto bajo la sombra de un árbol y dormir, dormir con ganas y voluntad de que algo de su humanidad pueda refrescarse. De paso te llevan a pasear, a estudiar cómo caminas, si toses de vez en cuando, aunque es de todos sabido que lo que más les interesa es el olor que despides, para poder clasificarte de manera casi inmediata, saber si eres de los que alguna vez fuiste correteado por alguno de sus congéneres, y de ese modo explicarse el absurdo miedo que durante casi toda la vida te paralizó si los veías caminar hacia ti por la misma acera.
Es cierto, la pandemia trajo como consecuencia, muchos, la mayoría, afirmará que buena consecuencia, que en cada casa o departamento, de repente apareciera un perro, que en esos tiempos se convirtió en la única compañía del hijo que se quedó en la capital del país contagiado de Covid-19, y que, si pudiera hablar, daría cuenta de la soledad que a no pocos los abrumó como un fantasma, de la nobleza de un animal para quedarse con su amo, cualquiera que fueran las circunstancias y consecuencias.
Mostraron lo que siempre han sido y por eso, nadamás por eso, hoy son personajes notables en cada familia, grande o pequeña, que descubrieron el lado más humano que nos puede reunir, precisamente en un animalito único, que espera, espera y espera, si eso le permite volver a verte, a saludarte con sus ojos de niño, y comprobar que sigues ahí, que pese a todo serás su amo por mucho tiempo.
Un amigo de la escuela siempre me insistía que no confiara en una persona que le tiene aversión a los perros, o que nunca se le quita al miedo tan solo de verlos, porque con toda seguridad habría sido identificado con un olor que invita a la desconfianza, y a la incapacidad para ser leal con las personas.
Quiero pensar que no es así, que en algunos casos simplemente es el miedo por algún evento de pequeños, aunque lo que me dijo, es una verdad en buena parte de la fauna humana con la que nos topamos.
El hecho es que después de que pasó la pandemia, que mi hijo libró la enfermedad, un día llegó a la casa con “Chalupa”, una perrita rescatada en la calle con pinta de perrita brava, pero que al conocerla descubrimos que era una ternura y con una afición absoluta por ser leal a toda costa con su amo. Me di cuenta que durante las semanas que estuvo encerrado, La Chalupa fue compañía cierta, lista siempre para auxiliar a mi hijo si le agarraba un acceso de tos.
Lo confirma siempre en casa cuando uno se atraganta con la comida, o si al beber agua, una pisca del líquido se va por la faringe. Levanta las orejas y corre presurosa como si preguntara qué te pasa, qué puedo hacer por ti.
A mí me recuerda que cada uno de tus hijos encuentra un amigo, una amiga como en el caso de Chalupa, en un animalito de cuatro patas, que siempre estará donde tú estés; que te esperará el tiempo que sea necesario si algún día te ausentas; que nunca olvidará quién eres, y te reconocerá desde el primer momento en que su olfato te identifique y sepa que estás de regreso, a donde quiera que te hayas ido.
Ahora comprendo, que son parte de la familia a donde llegan, y saben que lo son, porque el cariño no es exclusivo de los humanos, y porque si algún día tienen que irse, dejarán un hueco que evocará siempre su lealtad, su sincero cariño, interés real por los humanos que tienen la dicha de acompañarlos hasta que tienen que decirnos adiós, que, igual que con nosotros, siempre será un hasta siempre.
Por fortuna, Chalupa goza de cabal salud y, ahora que lo comprendo también, espero sean muchos, muchos años los que siga aquí, su segundo hogar, o en la casa de mi hijo, su primer hogar.
Mil gracias, hasta mañana.
Correo: jeperalta@plazajuarez.mx
X: @JavierEPeralta