PEDAZOS DE VIDA
Había matado a un hombre, eso era irrefutable, el arma jamás la encontrarían porque ni él mismo sabía dónde había quedado, estaba perdido cuando se dio el incidente que dejó sin vida al otro del que tampoco sabía quién era ni cómo habían llegado ahí.
Conforme avanzó la investigación se descubrió la forma en que ambos hombres terminaron drogándose juntos debajo de aquél puente, se supo la identidad de ambos y conoció a la familia que lo acusaba de asesino.
El hombre nunca había sido malo, sólo que aquella tarde tras salir a conseguir el “paquetito” que nombraban con cierta marca de chicles, el vendedor le dijo que lo probara, y así comenzó la aventura que lo llevó de un callejón a una cantina, de la cantina a un antro, y del antro a estar debajo de un puente temblando de frío sin darse cuenta realmente de que estaba al borde de la hipotermia.
No había detalles, la reconstrucción era suposición, el fuego había reunido a dos hombres que no estaban en sus cinco sentidos, y uno había matado al otro, con alguna arma que no estaba por ningún lado, así había comenzado un largo proceso, que derivó en saber que el que se había tomado como vagabundo, tenía familia y era profesionista, y ahí el clamor de justicia fue mayor.
Había arruinado todo, por haber perdido el control una tarde, la noche se perdió y con ella la libertad que ya no se tiene tras haber asesinado a un hombre; la sentencia llegaría pronto, así que aquél hombre terminó poniéndose en las manos de Dios.
Por una falla en el proceso que se convirtió en varias irregularidades, el juicio dejó en libertad al supuesto asesino, mientras una madre al escuchar la sentencia agradecía a seres oscuros el haber liberado a su hijo de prisión, sin que se supiera si el Dios bueno había intervenido, o si la dicha en el reencuentro entre madre e hijo se había colocado un ente de negra silueta que se adoraba de forma oculta por las mujeres de la familia. De todas formas, dos meses después vinieron por él y no tuvo salvación.