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El origen histórico de la universidad es europeo y medieval. Aunque existían organizaciones en la Grecia de la época clásica —como la Academia de Platón o el Liceo de Aristóteles, cuyos discípulos eran conocidos como los peripatéticos—, y aunque en otras regiones del mundo (como China, India o Indoamérica) se desarrollaron instituciones de enseñanza superior siglos antes, lo cierto es que la universidad, tal como hoy la conocemos, surge en Europa, especialmente en Bolonia, Italia, hacia el siglo XI d.C. (año 1088).
La idea originaria de la universidad se nutre de diversos abrevaderos filológicos y jurídicos. Según la Real Academia Española (RAE), la etimología del término universidad proviene del latín culto universitas, que significa “universalidad” o “totalidad del saber”. También, el vocablo tiene una raíz profunda basada en el Derecho romano donde universitas designaba una comunidad con personalidad jurídica (Diccionario de Derecho Romano, 1982, pág. 685), reconocida por poseer derechos y obligaciones comunes. Las primeras comunidades o gremios, reconocidos jurídicamente, fueron las universitas scholarium (comunidad de estudiantes) y las universitas magistrorum (comunidad de maestros).
El locus latino universitas permite comprender las dimensiones esenciales y organizacionales de la universidad. En primer lugar, su dimensión intelectual, vinculada a la enseñanza del Trivium (gramática, retórica y dialéctica) y del Quadrivium (geometría, aritmética, música y astronomía), es decir, las artes liberales, entendidas como la expresión de la totalidad del saber. Estas disciplinas se cultivaban en los estudios de artes preparatorios, que más tarde se consolidaron como la Facultad de Artes, origen de las posteriores Facultades de Filosofía.
En segundo lugar, su dimensión jurídica la cual hace referencia al reconocimiento institucional de la universitas frente a la Iglesia o los reinos, así como a su organización interna en facultades y la capacidad de otorgar grados académicos. Esta doble naturaleza —como totalidad de conocimientos y como comunidad organizada— fue reconocida tanto por la Iglesia, mediante las bulas papales, como por los reyes, a través de las cartas reales.
De ahí que Carlos Tünnermann (1933-2024), uno de los más destacados especialistas latinoamericanos en el estudio de la universidad, sostenga que la autonomía, nació casi al mismo tiempo con la historia de universidad en la Edad Media, lo mismo que su carácter internacional.
Dice Tunnerman (2008), que la autonomía de la universidad nace cuando las corporaciones de estudiantes y maestros “se empeñaron en ampliar sus inmunidades de parte de la Comuna y asegurarse la protección de las jerarquías superiores (Papa o emperador) frente a cualquier intento de la Comuna destinado a limitárselas” (2008, p. 36).
En ese periodo histórico, siglo XI en adelante, las universidades estaban integradas principalmente por estudiantes extranjeros que compartían una lengua común: el latín, idioma de la enseñanza y la comunicación académica. Estos estudiantes exigían recibir el mismo trato, así como los mismos derechos y obligaciones que los demás ciudadanos. Cuanto tales condiciones no se cumplían —dice Tunnerman— o si eran objeto de abusos, optaban por trasladarse a otras ciudades, pues carecían de edificios propios y de bibliotecas permanentes. Esta movilidad explica tanto la aparición de nuevas universidades como el carácter internacional que distinguió a las primeras universidades medievales europeas.
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