LAGUNA DE VOCES
Un 11 de abril del 2016, mi padre murió. Ya son ocho años de que se fue.
Siempre soñó con regresar al pueblo, sembrar la tierra, reencontrarse con todo lo que fue su vida hasta antes de marchar a la Ciudad de México. Estaba seguro que su paso por la capital del país era momentáneo, y que un día estaría de nuevo en su casa de paredes anchas y un solar con árboles de manzanas y peras.
Ahora pienso que, de alguna forma, está en donde deseaba estar, al lado de Aurora, su esposa, mi mamá, y vivirá esa nueva vida con la simple y absoluta sencillez con la que caminó cuando aún estaba con nosotros.
Comprendió con profunda vocación, que vivir es el arte de la sencillez, de la esperanza en que, a un día malo, puede suceder otro espléndido, único. Y que amarrarse a la desazón y la tragedia solo estorba para mirar lo que al rato cambia para bien.
Vivió con un gusto enorme la vida, para saborear cada tarde lo que tenía a la mano, lo que había logrado con base al trabajo que lo tenía despierto desde las cuatro de la mañana. Nunca se quejó por las desmañanadas a lo largo de 40 y tantos años, porque además le gustaba su trabajo, conocer de memoria cada vuelo que llegaba al aeropuerto, las salidas y los pasajeros preocupones por el miedo a volar, a los que tranquilizaba con pocas palabras, pero efectivas.
A veces la existencia se complica, se transforma en algo crítico imposible de entender. A estas alturas angustia no saber el rumbo que tomará la vida cuando deje de ser, y si todo fue una aventura sin sentido, sin destino alguno.
Me acuerdo en esos momentos de papá, mi papá, y sin que me lo haya dicho, con cada uno de sus actos lo demostraba: la vida es sencilla, no simple, sencilla, y tomarla así es el mejor camino, porque se le agarra el gusto para vivirla, y puede que así también lo que venga después, si hay un después; y si no, nada mejor que partir a gusto, feliz de haber sido feliz.
Hace ocho años y el país es otro. A mi padre le interesaba la política, y decía que “El Peje” le caía bien, “porque se ve que es bien cabrón”, y porque además ayudaba a los viejitos, cuando otros nunca se habían acordado de ellos, “pero todos los políticos son cabrones, unos para bien, otros para mal. Se parecen mucho”.
Estará en el pueblo de laguna, antes hogar del cielo, hoy ya sin agua, de tierra fina, finísima que aparece cuando ha quedado seca. Pero aún así, estoy seguro que la ha de pasar bien, hoy también acompañado por sus hijos Toño y Beto, su Beto, al que tanto quería y que siempre pensaba.
Así que hoy, hace ocho años, emprendiste el paso apresurado como siempre lo hacías, a esa nueva estación de la otra vida, donde seguro estarás siempre dispuesto a la felicidad, sencilla, la que esta nueva existencia te haya puesto en las manos.
Mil gracias, hasta mañana.
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