AGENDA EDUCATIVA
En los salones de clase de las universidades conviven al menos dos generaciones: la del profesorado, con sus símbolos, lenguajes y narrativas, y la del estudiantado, conformada por integrantes de la generación X (la generación “perdida”), la generación Y (los millennials) y la generación Z (los centennials). En el aula, todas estas generaciones deben dialogar y construir puentes para que se produzca ese fenómeno cultural y social que llamamos educación.
Hace poco, en una conversación dentro de la universidad, escuchaba a estudiantes expresar su preocupación al abordar ciertos temas, como el feminismo, por temor a ser “funados”. En un primer momento pensé que se trataba de un anglicismo transformado en verbo, como faceboquear o instagramear, pero pronto entendí que funar se refería a algo muy distinto: un acto de denuncia pública, muchas veces amplificado por redes sociales, con el fin de señalar y sancionar conductas consideradas socialmente reprobables.
Según el Observatorio de palabras de la Real Academia Española, funar alude originalmente a organizar actos públicos de denuncia frente a las sedes o domicilios de personas o instituciones acusadas de agresión o abuso. No obstante, su uso actual se ha extendido ampliamente a las redes sociales, donde la denuncia adquiere una dimensión viral. Diversos expertos coinciden en que el término proviene del español chileno. En ese contexto, y de acuerdo al Diccionario Chileno, también denominado como diccionario del pueblo, además del sentido de denuncia pública, funar puede emplearse para señalar la intención de desacreditar a alguien, referirse superficialmente a una persona (de manera similar al verbo cachar) e incluso tiene un posible origen en la palabra mapudungun que significa “podrido” o “en descomposición”, lo que refuerza su carga simbólica negativa.
La funa, como práctica social, se caracteriza por la exposición pública del comportamiento considerado inadecuado, el señalamiento colectivo, el juicio moral, la viralización del hate (odio) y la exigencia de consecuencias concretas, como el boicot o la cancelación. Esta dinámica es especialmente visible en el ámbito de las figuras públicas —artistas, cantantes, políticos— que, tras ciertas acciones o declaraciones, enfrentan una rápida y fuerte condena socio-digital. Derivado de ello, hay una preocupación de la funa en los espacios educativos.La pregunta es inevitable: ¿Estamos ante un fenómeno que también se manifiesta en las aulas? La respuesta es sí. Tenemos experiencias de funas a profesores (pensemos por ejemplo en los tendederos) y profesoras que han expuesto sus vidas privadas en las redes sociales y han perdido su relación laboral. Suponemos también que los estudiantes han sido funados, de ahí el temor. Esto abre un debate urgente desde distintos campos disciplinarios: ¿Qué efectos psicosociales tiene ser funado? ¿Dónde se traza la línea entre la cancelación y el acoso digital? ¿La funa fortalece una cultura más ética o más intolerante? ¿Qué ocurre con los derechos a la libertad de expresión, la reputación o el daño moral? Y sobre todo: ¿Hasta qué punto es posible —o seguro— expresar opiniones controvertidas en el aula sin riesgo de ser cancelado? Estas preguntas inquietan a muchos estudiantes, quienes debatirán el tema esta semana en la universidad. La próxima semana, compartiremos las reflexiones que surjan de ese diálogo.