LAGUNA DE VOCES
Los puentes larguísimos que cruzan el bulevar más antiguo de la ciudad, destinados a que el transeúnte cruce sin peligro de ser atropellado, pueden ser calificados de todo, menos de que no despierten de pronto la imaginación del que camina, camina y camina, hasta que de pronto ya no sabe si iba o venía; si no sería su intención simplemente dejar que se fuera alguna hora de su vida en la epopeya imposible de cumplir, cuando el olvido se apodera del que se asoma desde lo alto de la estructura metálica, y por lo tanto debe empezar de nuevo la encomienda de subir y subir, caminar y caminar, sin destino alguno.
Algo pasa con estos puentes de rampas que llegan a la eternidad, que de pronto nutre el pensamiento que se lamenta por el sin sentido de la existencia humana, siempre apurada por ir a ninguna parte, por empujar la piedra gigantesca hasta la punta del cerro para verla caer al mismo lugar de donde había empezado su tarea de repetir y repetir la historia.
Cualquiera que suba un puente tan lejano de la realidad simple de una ciudad como la nuestra, estará de acuerdo que no solo fue un proyecto arquitectónico el que le dio origen, sino una honda reflexión acerca del por qué no saltamos del puente para correr por rumbos diferentes, desaparecer un día cualquiera y no ser más el que empuja y empuja una piedra hasta la eternidad.
Sin embargo ahí estamos cada mañana, cada tarde, cada noche, en el cumplimiento fiel de lo que está destinado a no cambiar, a repetirse, a dejarnos ver a veces por brevísimos segundo los errores de lo que hacemos y hacemos por años, a lo mejor siglos, pero sin descubrir que se trata de la misma historia.
Son puentes pues, que invitan a las preguntas originarias de la filosofía: ¿quién soy yo? ¿Qué hago aquí? ¿A dónde iré cuando apague los ojos de la vida?
Todos suben y bajan desde temprano.
Porque sus rampas, rodeadas de jaulas de metal, solo permiten unas cuantas maniobras que rompan el guion, siempre con la certeza de que se regresará al redil, al camino trazado de manera previa.
Filosofar urbano, de puentes, de rampas, de Sísifo y su tarea diaria sin sentido alguno.
Mil gracias, hasta mañana.
Correo: jeperalta@plazajuarez.mx
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