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¿Existe filosofía en Hidalgo?

Miguel Ángel Serna
12 Min de Lectura

TIEMPO ESENCIAL (I)

(*Hace unos días, el maestro Serna Alcántara, me dijo que era necesario retomar la elaboración de sus textos sobre filosofía, pero una filosofía con profundas raíces en el Estado de Hidalgo, a partir de los clásicos. Le dije que hace falta un libro sobre el tema. Se animó a llevar a cabo una revisión a fondo de los primeros escritos ya publicados, y continuarlos hasta tener material suficiente para darle vida no solo en papel, sino en el mundo digital. Todos los lunes el maestro Miguel Ángel estará con nosotros. Le pido que lo lea, con la certeza que estamos ante uno de los pensadores más lúcidos de nuestra tierra)

Tal vez la pregunta que encabeza el primer número de nuestra columna Tiempo Esencial, parezca intrascendente a quienes conocen el estado en que se encuentra la filosofía en Hidalgo. Pero no se trata de una broma, sino de una preocupación que ha terminado por imponerme un desafío al que no puedo renunciar tan fácilmente: hacer que ella se haga presente en el tiempo y espacio donde me ha tocado vivir y reflexionar.   

Y es por esa circunstancia por la que hemos de comenzar nuestra tarea; porque en materia filosófica todo pensar se inicia donde la realidad deja de parecer normal y comprensible revelándose como extraña, desconcertante y problemática. Y eso es lo que nos sucede al intentar dar razón de lo que pasa con la filosofía en Hidalgo, pues lo primero que caemos en cuenta es que, sencillamente, ella no está presente entre nosotros.

Esta situación tendría que sorprender a quienes tienen alguna forma de relación con la filosofía en nuestra entidad; primero que nadie, los filósofos que existan o subsistan en su suelo; así como los que, más allá de nuestras fronteras, tengan noticia de nuestra malhadada condición.    

Por eso resulta necesario preguntar a quien sepa o deba conocer las causas de su ausencia; en primer lugar, las autoridades del estado y de las instituciones de educación superior responsables de fomentarla, organizarla y desarrollarla, nos informen las razones por las que, lejos de cumplir con su responsabilidad, han alejado a la filosofía de los espacios educativos que le corresponden;  a diferencia de lo que sucede  en la capital de la república y  las entidades que rodean a la nuestra, donde la formación filosófica desarrolla normalmente sus actividades educativas y de formación de profesionales, la investigación y la divulgación  en materia filosófica.

Se puede pretextar que los hidalguenses enfrentan necesidades de mayor urgencia, como para pensar en patrocinar tales lujos. Podrían  preguntarse algunos qué beneficio obtendría la sociedad al emprender esa tarea en Hidalgo, cuando lo mejor de la filosofía ya se ha hecho y dicho en lugares con un desarrollo cultural superior al nuestro.

¿Para qué ocuparse entonces de ella, cuando lo de hoy es la ciencia aplicada, la tecnología, las carreras comerciales o de la comunicación, que tanto atraen a las jóvenes generaciones con la esperanza de un trabajo bien remunerado? Lo mejor es seguir ampliando esas ofertas educativas, para que sus demandantes puedan integrarse al mercado laboral exitosamente. Pero no es necesario que lo digan, basta que lo piensen y actúen bajo la óptica positivista que desde las revueltas de la Academia en los años sesenta se ha constituido.

Así pues, resulta difícil que las instituciones de educación superior en nuestro estado –tanto públicas como privadas-,  den una respuesta  positiva a la demanda  de los pocos hidalguenses que deseen contar con la presencia de la filosofía entre nosotros, toda vez que ninguna de ellas parece interesada en darle cabida en sus aulas a una profesión tan antigua como ella.

Pero si la posibilidad de contarla con ella resulta tan difícil, no por eso quienes deseamos que ella esté presente en Hidalgo, hemos resignarnos a dejarla fuera de nuestro alcance; así que lo mejor es poner manos a la obra para lograr nuestro propósito.

La filosofía se hará presente sólo si queremos hacerla nuestra, porque la sociedad hidalguense no es una entidad apartada del resto de la humanidad; aunque si lo esté, desafortunadamente, del diálogo filosófico universal al que  resulta indispensable integrarnos, a fin de impulsar en nuestro medio las capacidades teóricas y prácticas   que ella proporciona a los habitantes de otras sociedades, donde cuenta con los espacios y apoyos necesarios para ejercerla.

Tan necesario es que toda persona o comunidad cuenten con ese conocimiento, que la UNESCO – en su declaración de París de 1995- reconoció a la filosofía como “patrimonio y derecho de la humanidad”; sin distinción alguna de origen, clase social, sexo o cualquier otro limitante. Pero como todo bien en la vida, hay que ganar ese derecho con nuestro propio esfuerzo. 

En ese camino, la filosofía cuenta con una ventaja sobre cualquier otro saber legitimado socialmente: porque, si bien los espacios académicos son el lugar natural de su aprendizaje, su práctica es libre; no requiere ni de claustros ni grandes recursos económicos para ejercerla. Ejemplo de ello lo tenemos en Sócrates, el pensador que la practicó libremente en calles y plazas de Atenas,  combatiendo el pensamiento sofístico con el que sus conciudadanos eran educados para su integración a las actividades políticas y jurídicas. En cambio, sin pretensión ni pago alguno, el filósofo ateniense dialogaba con cualquiera que se atravesara en su camino: ricos o pobres, sabios o ignorantes, esclavos y hombres o mujeres, provocándoles a cuestionar sus certezas con preguntas desconcertantes.

“Yo no he sido jamás maestro de nadie. Si cuando yo estaba hablando y me ocupaba de mis cosas alguien, joven o viejo, deseaba escucharme, jamás se lo impedí a nadie. Tampoco dialogo cuando recibo dinero y dejo de dialogar si no lo recibo, antes bien, me ofrezco para que me pregunten, tanto al rico como al pobre” (Apología de Sócrates, 33a; Platón). 

En la época actual, donde la acción de los medios de comunicación y las redes sociales derrumban toda clase de barreras, el ejercicio público de la filosofía constituye un vínculo humanístico cada vez más importante, por la relación que guarda con la posesión de valores comunes, tradiciones, culturas, lenguajes y costumbres que constituyen la herencia intelectual y espiritual de los pueblos y su modo de comprender el mundo y la vida.  

La filosofía no solo se ha universalizado, sino diversificado en iniciativas personales y colectivas, que ejercen la reflexión filosófica partiendo de sus propias circunstancias e intereses, aunque con temáticas y fundamentos que hermanan a sus seguidores en todas partes del planeta.

El ideal, claro está, sería que la academia y la filosofía ejercida fuera de los claustros se correspondieran, compartiendo sus prácticas y frutos. Pero si su ausencia en los espacios universitarios se lo impide, queda a los hidalguenses practicarla por su propia iniciativa; aprovechando el acceso a la información pública que la sociedad ha  ganado durante los últimos tiempos. 

Queremos pensar que en la ciudad o en el campo, en el llano o la sierra; chateando en la red y en reuniones de amigos o en solitaria reflexión, se encuentran ya entre nosotros los hombres y mujeres que darán, en un futuro no muy lejano,  gloria y renombre a la comunidad filosófica hidalguense.

Empero, para transformar nuestro desafío en realidad, hace falta que sus promotores se reconozcan, dialoguen y se apoyen mutuamente. Y no importa su número, porque la importancia de la práctica filosófica no es cuestión de cantidad sino de vocación.

Sin embargo, para quienes sólo las cifras cuentan, sépase que al iniciar estos artículos los expendios de publicaciones en Pachuca pusieron en venta una enciclopedia de filosofía que, por pocos pesos, ofrecía un bello ejemplar semanal con la obra de los grandes filósofos que en la historia han sido. Escéptico, creí que los vendedores terminarían devolviéndolos por falta de compradores, pero grande fue mi sorpresa  al constatar que los ejemplares volaban de los kioscos en pocos días, a la par que se desvanecía mi prejuicio por el desinterés de mis conciudadanos hacia la filosofía.

Y si eso pasa a ras del suelo es porque, al igual que en cualquier lugar de éste mundo de la “no –verdad” que nos ha tocado vivir, existen entre nosotros hombres y mujeres que se niegan a renunciar al tesoro que guarda el pensamiento filosófico, resistiéndose a la pretensión totalizadora del poder pragmático utilitarista que intenta someternos con sus sofismas y placebos.

Quienes piensan que los humanos de nuestro tiempo se encuentran totalmente domesticados se equivocan y estamos seguros que no faltan entre los hidalguenses espíritus indomables que, aún en condiciones adversas, luchan por arrebatar al mundo girones del tiempo que éste les roba, recuperando para sí mismos, su Tiempo Esencial.

 “Llegada la noche vuelvo a casa y entro en mi escritorio; en su puerta me despojo de la ropa cotidiana, llena de barro y mugre, y me visto con paños reales y curiales; así, decentemente vestido, entro en las viejas cortes de los hombres antiguos, donde acogido con amabilidad, me sirvo de aquellos manjares que son sólo míos y para los cuales he nacido. Estando allí no me avergüenzo de hablar con tales hombres e interrogarles sobre las razones de sus acciones, y esos hombres por su humanidad, me responden.” (Nicolás Maquiavelo, Cartas Privadas).  

Trabajemos pues, para que el pensamiento filosófico despliegue  su misión humanística en el lugar donde nos ha tocado vivir, luchar y pensar.  A este propósito estará destinado éste espacio de expresión, como testigo e intérprete reflexivo de la vida y el pensamiento filosófico en el acontecer de la sociedad hidalguense.  

(Revisado y reeditado en julio de 2024)

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