RETRATOS HABLADOS
Ingenuamente pensamos durante casi toda nuestra vida, que la democracia estadunidense era la única auténtica, que cada uno de los que llegaban a la presidencia personificaba la dignidad política, y que lo movía otra razón para, incluso, arriesgar su vida, que la búsqueda incesante de la justicia y la libertad. Vaya pues, pensábamos que encarnaban a Supermán, además de acostumbramos a las películas donde siempre eran los buenos, y no podían llegar al “The End”, si antes no ondeaba la bandera de las barras y las estrellas, al tiempo que se escuchaba un primer aplauso solitario, al que se sumaban una multitud.
Nos creímos también que el sistema de justicia era infalible, y justo hasta la santidad. Allá sí saben hacer elecciones, y no hay otro interés que se respete la voluntad de la ciudadanía. Qué esperanzas que algún día lleguemos a ser como ellos.
Pero no era cierto. Al contrario, la enfermiza búsqueda del poder, y el ansia caricaturesca de “conquistar el mundo”, siempre los dominó, y fincó todo el andamiaje de su política.
Salvo algunas excepciones, siempre se comportaron como lo que han sido desde siempre: un imperio que gusta de violar todo tipo de leyes, las de ellos por supuesto, para mantener a flote su perfil de dueños del planeta.
De tal modo que un personaje siniestro, bastante idiota y con un coeficiente mental lamentable, seguramente llegará, de nuevo, a la primera magistratura del todavía país más poderoso de La Tierra.
Porque la renuncia de Biden a ser candidato, más a la fuerza que por voluntad propia, obedece a un pragmatismo claro, abierto, en el que todo gira alrededor del poder, del acceso al mismo, y de su uso para crear la idea de que solo ellos saben ejercer la única y auténtica verdadera democracia: la de ellos.
De tal modo que no estamos tan mal como a veces nos da por pensar, tan solo de compararnos con el sistema gringo al que siempre habíamos idolatrado. Y algo vital: no tenemos ya, por qué mirarlos con absoluta falta de dignidad, agachar la cabeza y esperar un nuevo regaño de un perfecto imbécil como el que va a gobernar Estados Unidos.
Porque, después de todo, cuando los vemos en estos últimos tiempos, son simples humanos, enfermos, ignorantes, repugnantes incluso como el dichoso Trump, y carentes de toda decencia mental como para seguir con la idea de que son ejemplo de todo.
No es así, y por lo mientras, es de vital importancia mantener por sobre todas las cosas una actitud digna ante lo que viene. Sí, dependemos mucho de ellos en el asunto comercial, pero ellos también de nosotros.
Además que de imperio, tienen lo que Trump de filósofo.
Mil gracias, hasta mañana.
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