UN ADULTO RESPONSABLE
Reír, con medida, trae bastantes beneficios al cuerpo y a nuestro estado de ánimo, pues hace que los pulmones y el corazón se ejerciten.
Hecho comprobado científicamente
Ahí estaba ella, en el horario estelar de las noches sabatinas, siempre elegante y con el semblante imperturbable; sin inmutarse, soltaba el chiste más gracioso que hubiera escuchado jamás, para después pedir que nominaran al rival más débil.
No recuerdo un solo día en que no haya reído, quizá existe uno que otro por ahí o tenga mala memoria por la edad, pero no puedo acordarme.
Por supuesto, momentos malos los hemos tenido todos, pero tan largo es el día como la cantidad de personas graciosas con las que me cruzo a diario, aún en las situaciones más desesperadas y sin sentido.
Y es que hacer reír y reírme son quizá las cosas que más disfruto en el mundo, es una catarsis que comenzó con mi familia, las personas con la agilidad mental más despierta que he conocido jamás, que lo mismo hacían un juego de palabras que un chiste más atrevido, más pícaro, pero sin pasarse nunca de la raya.
Recuerdo mis primeras risas inocentes viendo El Chavo, Odisea Burbujas, los Protagonistas con “El Wiri Wiri” y toda la programación del 11 del Instituto Politécnico Nacional; con el tiempo, los chistes fueron subiendo de complejidad y se convirtieron en un arte: hoy estoy aprendiendo a ponerle nombre a lo que desde siempre conocí: que el callback, la impro, el gag, el sketch…
Podrán decir misa los comediantes más preparados, pero yo sigo disfrutando mucho el humor de la calle, el que aplica el vecino, mis compañeros de trabajo, mis amigos, los desconocidos que se sintieron creativos en ese momento y, sobre todo, los que sabemos burlarnos de nosotros mismos, que convertimos nuestras tribulaciones en anécdotas dignas de rememorar.
Nietzsche dijo alguna vez que: “El hombre sufre tan terriblemente en el mundo que se ha visto obligado a inventar la risa”, y no podría estar más de acuerdo, ya que lo que nos toca ver en la propia vida y en las ajenas, muchas veces es tan complejo que no quedan muchas ganas de seguir adelante.
Mi papá, por ejemplo, cuenta seguido el largo poema de “Reír llorando” y ahora que las redes sociales nos permiten inmiscuirnos en la vida cotidiana de los famosos, me doy cuenta que la risa y la depresión muchas veces son amigos involuntarios, que el bienestar rara vez tiene que ver con tener una sonrisa de oreja a oreja y que la gente sufre mucho, aunque tenga como profesión hacer reír.
La vida es tan compleja, tan difícil, que una risa sincera nunca está de más y cuando no puede ser conseguida, al menos se finge.
Aunque yo siempre voy a creer que con la risa como cómplice fiel, somos capaces de consolar, de guiar y hasta de enamorar, me estaría haciendo el tonto si no expusiera el lado oscuro de lo que nos hace carcajearnos.
Por eso atesoro infinitamente cada chiste que me aprendo, cada momento divertido, cada anécdota que me hizo sacar mi lado más risible, porque sirven como hilo conductor para disfrutar esta vida llena de cosas espantosas.
Hace poco leí a Trino (el monero) hablar de la cultura de la cancelación en los intentos por hacer reír y me parece un tema muy interesante, pero así como la gente que se dedica a la comedia de forma profesional señala (medio en broma, medio en serio) que ya no pueden hacer chistes sin ofender a alguien, pienso que el humor, aunque termine siendo tema de escándalo, de repudio; es necesario, porque tan variadas son las gentes como su estilo de ver la vida, como sus problemas, como sus dolores, como la razón por la que se ríen, gozan y se destruyen. Y cuando quieran tener una conversación concreta sobre ello, consulten a la bolsa de cemento de su elección.