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Hidalgo
martes, diciembre 3, 2024

El eterno viaje de la nave llamada Tierra

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LAGUNA DE VOCES

Viajar en una nave espacial sin rumbo es algo a lo que todos nos hemos acostumbrado, y desde hace mucho tiempo aprovechamos su tamaño para tener cementerios donde guardar los cuerpos o cenizas de los viajeros que esperaban llegar a alguna parte pero se murieron con esa esperanza. Se ha desgastado la coraza de acero que nos protege de las inclemencias del espacio interestelar, crecen las amenazas de que acabaremos estampados contra otro de los muchos artefactos que cruzan el firmamento en busca de su destino, pero hemos tenido suerte. La nave sigue intacta en lo esencial, aunque cada vez más maltrecha.

Desarrollamos una velocidad constante de 107 mil kilómetros por hora, y es una nave tan avanzada en su diseño, que no necesita piloto y tampoco combustible. Ha servido para llevar generaciones y generaciones, en una búsqueda incesante de otros seres vivos, porque nunca de los nunca aceptaremos que estamos solos en la inmensidad del universo.

De tal modo que desde nuestros más antiguos ancestros, todos hemos sido viajeros del espacio, habitantes de una nave única en su género, la que creemos nuestro hogar, pero que no lo es. Vamos en busca de algo, sin un rumbo claro porque formamos parte de todo un ejército de naves.

Seguramente algún día notaremos que empezamos a frenar, que las estrellas en la noche, las nubes en el día, de pronto adquieren un tono diferente, una forma que nunca habíamos observado. Sentiremos el momento justo en que se detenga junto con todo lo que alcanzamos a ver en la bóveda celeste. Distinguiremos por primera vez la velocidad a la que siempre nos hemos trasladado y el momento exacto cuando todo se detiene.

Habremos llegado al destino final, ese que todos los que se fueron antes de ese instante soñaron, esperaron con infinita paciencia.

Trasladaremos sus restos al hogar definitivo. Cada familia cargará con lo poco o mucho que encuentre todavía de sus seres queridos, para depositarlos en la cripta que tendrán en ese lugar único.

Habrán de pasar todavía muchos años. Seguramente seremos parte de esa colección de polvo y huesos que un tataranieto llevará en sus manos. Pero con toda seguridad habitaremos esa casa enorme a donde llegaremos.

Hoy vamos sin rumbo. 

Los 107 mil kilómetros por hora a los que caminamos, son insuficientes para cubrir apenas un espacio diminuto del universo. Todavía no encontramos indicio alguno de lo que será el destino final. Pero sabemos que está por ahí, al lado de alguna estrella que se escondía de tan lejana.

Vamos rumbo al hogar soñado. Lo sabemos.

En tanto sufrimos en esta diminuta nave, pero también hemos aprendido a gozar y buscar de vez en vez la felicidad. Y la felicidad es ante todo tener conciencia de que vamos en camino hacia un lugar, con todo y que el rumbo se ha perdido.

Igual que en la vida simple que nos toca vivir, pero que tarde o temprano se ilumina con el faro intermitente de la luna que alumbra, no la nave en que surcamos el espacio, sí el camino, el más importante porque es nuestro destino. Destino que desde que nacimos puso en nuestra frente el sueño de conocer el universo entero. Así que vamos por buen sendero. Que el soplo del viento celestial nos conduzca con bien, y los rayos de luna anuncien la felicidad que espera a todos.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx

@JavierEPeralta

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