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jueves, agosto 21, 2025

Dios 

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Memento

“Tu amor, refugio seguro, fue allí donde yo te vi, y es 
que mi amor no lo lleva en viento se ancló en tu corazón”
Tu amor y mi amor – Alex Campos

Dios tiene una etimología interesante viene del latín Deus, que proviene de la raíz indoeuropea –deiwos o deiw-, que significa brillar, celeste, dios. Esa raíz está relacionada con la luz y el cielo, probablemente porque las antiguas culturas asociaban lo divino con el cielo brillante o la luz celestial. Dios significa literalmente “el que brilla” o “el celestial”, y esa idea de luminosidad y altura es común en muchas culturas para referirse a la divinidad.

De lo muy poco que sé acerca de la cosmovisión de las culturas prehispánicas es que sus “dioses” en realidad eras fuerzas o energías y solo reflejaban su humanidad en las figuras que los representaban, es decir Tláloc no era el Dios de la lluvia, Tláloc no era un hombre controlando la lluvia, Tláloc es la entidad, sin género, es decir es la lluvia, por ello siempre está presente, en mayor o menor presencia. Una fuerza sin rostro que podía ser destructiva o generosa, pero siempre inherente al mundo. Su ‘humanidad’ era solo un recurso ritual para dialogar con lo inasible. No había necesidad de “hablar”, sino sentir esa fuerza. Y ni hablar de los cronistas españoles que impusieron su lógica cristiana al llamar «dios del infierno» a Mictlantecuhtli, cuando en realidad era el CEO del Mictlán -un espacio de reposo, no de castigo-.

Recuerdo estar en mi cama contemplado el techo de mi habitación e imaginar mi cuerpo, la casa, el mundo como una esfera de nieve (aquellas que agitas y simula una tormenta al interior), ahí comenzaron mis dudas acerca de la existencia de Dios. Con el tiempo concebí mi idea acerca de la religión y su máximo representante. El camino no fue sencillo, pase del clásico «ateo golpista» que ataca todo aquello que signifique religión, por aquel «Ateo negativo» negando toda existencia, fui «agnóstico» sin negar, pero tampoco aceptando algo superior. En resumen me he aceptado con mi ateísmo, intento ser la mejor versión de mi persona no por temor a un castigo, ni por merecer un premio, simplemente porque creo que es lo mejor. No soy “Ateo gracias a Dios”, pero estoy consciente que necesito de él para poder negarlo.

Comprendo que muchas personas se esfuercen por hacer el bien, gracias al Diablo (por temor a ser su roomie por la eternidad) o gracias a Dios (para participar de su gracia). En lo personal prefiero ser congruente con mis principios de no darle a la gente lo que no me gustaría recibir. 

Puedo comprender a quienes tienen una fe en algo superior, que pueden poner su vida en sus manos – a veces hasta les envidio- lo que me cuesta trabajo es comprender la incongruencia de pedir un favor celestial pero no acatar las cláusulas que conlleva, esos diez mandamientos y demás cosillas que vienen inherentes al pagaré. 

La conseja de hoy

Algo tengo claro: si los planes de Dios son perfectos y Él no se equivoca, ¿para qué pedirle que cambie de opinión? Aprendamos a vivir con lo que nos tocó en la lotería de la vida. Y como diría Diosito a través de San Juan: “Frío o caliente, porque si eres tibio, te voy a guacarear” o algo así.

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