LAGUNA DE VOCES
Con toda seguridad podemos aprender a volar como Walt, el niño prodigio de Paul Auster. en Mr. Vértigo. “Tienes que aprender a dejar de ser tú mismo. Ahí es donde empieza, y todo lo demás viene de ahí. Debes dejarte evaporar”. El problema es que uno nunca quiere dejar lo que es aunque sea poco o nada incluso, porque tenemos la certeza de que, efectivamente, nos haremos agua vaporosa, y eso da miedo, terror en muchos casos.
Sin embargo, pasado el tiempo –cinco décadas o seis es la cifra exacta de años-, un día de pronto, al despertar recién estrenada alguna enfermedad, a veces grave, otras un aviso de lo que será la vejez, estamos dispuestos a permitirnos la posibilidad de ya no ser nosotros mismos; y eso abre la puerta a la segunda vuelta de la adolescencia, cuando podíamos asumir que el amor era el único objetivo de la existencia humana, como efectivamente lo es.
Aprendimos a perder el tiempo cuando dimos por sentado que bajo ninguna circunstancia podíamos dejar de ser lo que éramos, y esto significaba ciertos logros académicos, de dinero, posición social y una aureola de hombres justos, aunque en el fondo sabíamos que ni con nosotros lo habíamos sido.
Atesoramos como algo vital las pocas propiedades de que nos habíamos hecho: una casa, el automóvil, la ropa que seguramente será regalada cuando hayamos partido, porque al quedarse sin su dueño original, la camisa, el traje, los zapatos, tienden a marchitarse de la noche a la mañana y adquirir el olor especial de lo viejo, lo que ha estado guardado por años en un clóset.
Seguramente si dejáramos un escrito como el Maestro Yehudi para que quienes lo encontraran aprendieran a volar, otro sería el cantar, porque algo de magia a todo mundo le cae bien, y mucho mejor si se puede poner en práctica cualquiera que sea la época en que sea descubierto por los tatatataranietos.
Dejar de ser uno mismo puede ser la mejor preparación para enfrentar la vejez, porque nada tiene que ver con lo que caduca, lo que se hace tela carcomida por la polilla o la humedad. Al dejar de ser es posible volver a ser, y eso equivale a una luminosidad única, la de niños-adolescentes que tenían la capacidad de creer en todo lo que fuera imposible como volar, que después de las lecciones del Maestro Yehudi encontramos que finalmente no exigía dones especiales ni nada que fuera de otro mundo.
Nada más cercano a la capacidad de volar que revalorar el amor, pulirlo con la paciencia que hoy da la edad, y antes la prisa por convertirlo en las nubes que éramos al evaporarnos como dicta la cátedra de Auster. Es el único camino para comprender los dones absolutos con los que todos nacemos, pero que olvidamos al paso de los años por todo lo laborioso que implica la vida.
Conozco a personas que tienen la capacidad de surcar los cielos, mirar las estrellas cara a cara en noches de luna. Las he visto siempre dispuestas a palpar la existencia con el cariño que se otorga a lo que es amado, y siempre tienen un rostro, que de tanta tranquilidad contagian.
Ha pasado tan de repente la temporada en que veíamos lejana las edades en que ya somos quincuagenarios, sexagenarios, que como nunca las lecciones del Maestro Yehudi merecen la pena ser releídas, y un día cualquiera empezar a volar, igual que ayer lo hizo Paul Auster, sin duda una de las ausencias que habremos de resentir a partir de hoy.
Mil gracias, hasta mañana.
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