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Hidalgo
viernes, mayo 30, 2025

Cuando llueve y uno vuelve a ser niño

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LAGUNA DE VOCES

Llueve con rabia, con furia en una ciudad que se inunda a la menor provocación. Ya no sé si es temporada para que esto suceda, pero nada sorprende. Todo puede suceder y tal vez sea mejor así, y no querer tener previsiones de ningún tipo. Al final de cuentas la vida se comporta así, pero siempre queremos buscarle una lógica que nunca ha tenido. Le gusta sorprendernos, y hoy el clima hace lo mismo, con baches más profundos en calles que siempre estarán condenadas a la imposibilidad de ser remanso de tranquilidad, menos cuando un camión de carga pasa y azota contra el piso. Aun así, es algo digno de celebrarse que el cielo viva en todo el sentido de la palabra y nos asuste con rayos que retumban en la inmensa bóveda del cielo.

Pasadas las siete de la noche oscurece, el jardín se viste de rostro siniestro, y todo el universo cabe entre los cuatro cipreses que se columpian de un lado a otro, orgullosos de que miran más allá de la barda, y atisban el horizonte de la carretera que va para Actopan, el bulevar Minero con piso nuevo de cemento, el panteón que se refresca luego de tantísimo calor.

Respira la tierra, y todo es asunto de recordar cuando niños jugábamos al futbol precisamente cuando arreciaba el aguacero. 

Otra vez las goteras de un techo quebrado por las apuraciones cuando hicieron el colado, la sal que se esparce como si fuera nieve, los goterones que de nuevo se empecinarán en fundir la pantalla en la que veo saltar y saltar letras. Otra vez el tiempo revuelto que dejó de ser tan serio, para improvisar cada vez que se le antoja.

Pero mejor así. Que nunca más nos levantemos una mañana con la horda de supuestos expertos en el clima, que todo lo fundamentan en imágenes de satélites que dan vueltas y vueltas sobre el planeta, y que seguramente no se han enterado que, después tanto trabajo, de un minuto a otro todo cambia y sus predicciones son falsas, juegos sin sentido.

Hoy Pachuca marca el rumbo de la meteorología, con mañanas soleadas, o frías, o lluviosas, para después empezar ese jugo único que la distingue, nada más porque se le antoja; nada más porque puede hacerlo, y burlarse de los que creen con absoluta confianza en que el tiempo, no el pasado, presente o futuro. No, el del frío y el calor, puede predecirse.

Nada más inexacto que ese tiempo y la política. Hoy rumbo a la izquierda, mañana a la derecha, luego al centro, luego un salto mortal hacia quién sabe dónde.

Ha llovido como pocas veces.

A ver si pasa el diminuto coche con sus llantas de juguete, esperando que no se pasme donde es previsible que haya inundación. A ver si de repente no empieza a toser y se prenden los focos que avisan quedaremos empapados por empujarlo, por los gritos de conductores siempre furiosos y apurados.

Aunque si pongo atención, ya solo queda el tamborileo de las gotas que se filtran por el techo resquebrajado y pegan contra el plafón de policarbonato, luego que los de cartón se echaron a perder todos manchados y desbaratados.

Es bueno que llueva.

Que crezca el pasto, los árboles. Que dé signos de vida la jardinera de la entrada, toda cuarteada por falta de agua.

Aquí, me digo ya de salida, debe estar un árbol, para adornarlo en temporada de navidad, y empezar a creer, otra vez, que ese tiempo es mágico, ahora que poco a poco, irremediablemente, me convierto en niño por ser viejo, porque el corazón se hace inocente cuando se reencuentra con ese que uno fue.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx

@JavierEPeralta

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