LAGUNA DE VOCES
En cada una de las celebraciones de nuestras personas amadas, es pregunta recurrente cómo será en un buen número de años cuando ya no estemos, y se cumpla con exactitud el poema de Jorge Luis Borges que dio título al libro de Héctor Abad Faiciolince, El Olvido que Seremos. Nos la guardamos porque no es asunto de amargar festejos, aunque es una constante en los que ya superaron los 60 años de edad, en un ejercicio inútil y sin duda absurdo, porque con regularidad citar a la muerte es una plática entre pares, y cuando digo pares me refiero a viejos, en la mejor acepción de la palabra. Cito el soneto:
Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres, y que no veremos.
Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y el término. La caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los ritos de la muerte, y las endechas.
No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre.
Pienso, con esperanza, en aquel hombre
que no sabrá que fui sobre la Tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo
esta meditación es un consuelo.
Y, sin embargo, el festejo es posibilidad íntima, vital, que cada ser humano tiene con su efímera humanidad, pero ansiosa de ser eterna en el rostro iluminado de cada uno de nuestros hijos, al optar por Withman y celebrarse y celebrarnos en el camino sencillo, pleno de comprensión solo alcanzable justamente con la edad; la paciencia para mirar el horizonte, y aceptar que está bien hasta donde uno llegue, si el instante fue bueno, muestra absoluta de que en un segundo se recrean eternidades.
Por eso es importante reunirnos, y la reunión no es de multitudes, parte de dos que se citan para recordar el tiempo que han pasado juntos; es una invocación constante de los Evangelios, porque la palabra adquiere el valor mágico que siempre ha tenido, y en la peor de las noches, ilumina y alegra, porque es esperanza, es aliento para reconocernos seres mágicos y únicos.
Es cierto, Borges y Withman coinciden, porque la simple meditación representa el consuelo que todos buscamos a cada parte del tiempo, y nos dirige constantes y certeros, a la reinvención de la palabra, al camino que nos espera siempre para seguir, seguir y seguir.
Festejar, festejarnos, cualquier que sean las circunstancias, es un don que nos otorga el aliento primero que nos trajo a la existencia, y nos alegra, nos hace respirar cuando la angustia se trepa en nuestros hombros, para mirar, siempre plenos de ilusión, a cada una de las personas que amamos con el corazón; y con todo y que a la postre seremos ese olvido, en ese preciso instante nos hacemos eternos en sus vidas, cortas como las nuestras, para decirles que celebramos su vida, su vida eterna en nuestra memoria que por esa simple y sencilla razón, ya es eterna año con año.
Mil gracias, hasta mañana.
Correo: jeperalta@plazajuarez.mx
X: @JavierEPeralta