MEMENTO
“En su mano le hallé dos monedas que me traíba pa comprar más vino,
y yo briago no oí que tocaba y así el pobre murió en el olvido”
Dos monedas – Ramón Ayala y sus Bravos del Norte
La palabra «alcohol» proviene del árabe al-kuḥúl. Inicialmente se refería a un polvo fino de antimonio, usado como cosmético, el prefijo “al-” es equivalente a “el”. Y “kuḥl” designaba esa sustancia pulverizada, producto de la destilación o sublimación de minerales. Durante la Edad Media, los alquimistas adoptaron el término y lo aplicaron a líquidos destilados en general. En ese contexto el “alcohol” empezó a tratarse como etanol —la parte espirituosa de las bebidas fermentadas—.
Los alquimistas creían que toda materia tenía un cuerpo, un alma y un espíritu. El cuerpo era lo material, lo visible. El alma, lo que daba forma o identidad. El espíritu, la parte volátil, ardiente o etérea, aquello que podía evaporarse y volver a condensarse: el principio vital. Cuando destilaban vino, obtenían un líquido más puro, inflamable y con efecto embriagante. Lo llamaron “spiritus vini” (espíritu del vino), porque literalmente “salía volando” como un alma que se desprende del cuerpo.
Se dice que, en una ocasión, la política Bessie Braddock hizo notar el estado de ebriedad que guardaba Winston Churchill, a lo que él contestó: “Señora, podré estar borracho, pero por la mañana estaré sobrio y usted seguirá siendo fea”. Dicen que fue el primer “turn down for what” de la historia moderna.
La relación entre el “espíritu del vino” y la idea del alma o del fuego interno proviene de una mezcla entre alquimia, religión y lenguaje. El “espíritu del vino” se vinculó con el alma porque el proceso de destilar era una metáfora de la purificación espiritual: el fuego separa lo denso de lo sutil. Así, el alcohol fue considerado una chispa material del espíritu, un recordatorio líquido de que incluso la materia más burda puede contener un poco de fuego divino. Puros pretextos de la gente para sentir el calorcito del alcohol entrando por la boca, calentando el pecho y subiendo a la cabeza.
No existen cosas buenas ni malas; solo existen cosas. Y el alcohol no se salva de ello. Si fuera malo, ¿por qué Jesús decidió convertir el agua en vino y, además, lo eligió como metáfora de su sangre? Sin embargo, todo en exceso resulta dañino. Lo mismo sucede con el consumo de alcohol.
La frase latina in vino veritas (“en el vino está la verdad”) sugiere que, bajo los efectos del alcohol, nuestra percepción es distinta. Las propiedades desinhibidoras del alcohol son muy conocidas y aprovechadas incluso para tomar decisiones clave. Heródoto, cuando habló de los persas, comentó: “Después de beber, deliberan acerca de temas de importancia. Lo que deciden, lo charlan un día después; y si también les parece bien en sobriedad, lo ponen en ejecución, y si no, lo revocan. También suelen examinar ebrios aquello que han deliberado en sobriedad”. De esto comentado por Heródoto me surge una idea. Es muy conocido el refrán: “No hay borracho que coma lumbre”. Entonces, ¿por qué hay tantos borrachos que se excusan diciendo “no sabía lo que hacía”? Creo que mucho de lo que hacemos ebrios, lo hemos pensado sobrios. De ahí que el borracho se le suba lo valiente y le declare -y en ocasiones, hasta le haga- el amor a su compadre.
La película La última ronda plantea una premisa: poner a prueba una teoría según la cual los seres humanos nacen con un déficit natural de alcohol en la sangre, y que mantener un nivel constante de 0.05% podría mejorar la creatividad, la sociabilidad y el bienestar. Esta teoría es de Finn Skarderud, psiquiatra, psicoterapeuta y ensayista que ha trabajado temas de identidad, cuerpo, emoción y cultura. La idea del “déficit de alcohol” era una ironía existencial: “el ser humano contemporáneo vive demasiado sobrio, demasiado autocontrolado, asfixiado por la corrección, la prudencia y la productividad”. El “0.05%” simboliza esa pequeña dosis de desinhibición, de calor, de espontaneidad que nos falta para sentirnos plenamente vivos.
La conseja de hoy:
Consuman alcohol, pero no dejen que este los consuma a ustedes. Y como diría mi Awe: “Vamos por unas miches”.


