LAGUNA DE VOCES
El frío transforma la vida, a cierta edad nos hace preocupones, porque adquirimos la manía de ver asechanzas mortales en un simple catarro, hasta mirarnos difuntos producto de terrible influenza que se hizo tal, por el descuido ante lo que no era una simple moquera y ojos llorosos. Nos cambia la vestimenta y muy similares a los escolapios de primaria que son enviados por sus mamás como momias egipcias, nos envolvemos en gigantescas bufandas que parecen chales de la abuelita hasta darnos tres o cuatro vueltas completas a la cabeza que parece escultura olmeca. De por sí con aires de yucatecos, ahora de plano emulamos a los grises extraterrestres.
Eso sí, convierte en asunto de primera necesidad el contacto físico con otras personas y un ánimo permanente de acurrucarse donde se pueda y permitan las buenas costumbres. Necesidad del tiempo, los seres humanos se acercan más en el invierno, para volverse a alejar una vez que regrese el calor, lo que para algunos es cosa sana porque convertir en canguro a la pareja y a uno en bebé cangurito, acaba por cansar y doblar la espalda de quien tiene la tarea de cargar con el esquimal adolorido.
Tiene pues sus cosas buenas y malas, aunque las primeras son más abundantes.
Las casas en Pachuca se convierten en congeladores, porque ni con el sol de frente durante todo el día, apenas llegan las sombras el termómetro registra una caída en picada absoluta, y al ratito todos son trenes de vapor y con la tentación constante de querer meterse a las cobijas.
En estos días el espíritu pachuqueño es uno y único, porque a la costumbre y tradición de no abrir las puertas a otros que no sean del mismo terruño tuzo, se agrega la justificación de que ahora sí no es por huraños, sino por cuestiones de salud. El frío encierra a las personas, de eso no hay duda alguna, las vuelve sospechosas unas con otras, y finalmente lleva a reflexiones tan filosóficas sobre la vida, que cualquiera se aleja del meditabundo.
El calor es otro asunto y otra historia.
Pero tiene sus ventajas el frío. Como que las estrellas son más tendientes a mostrarse en un cielo semejante a un lago a punto de la congelación. El cielo más estrellado es el de invierno, y estoy seguro que no aporto ningún dato nuevo en estos menesteres.
Además en estos días se ven reducidos los índices de accidentes y muertes violentas, porque la sangre se sube a la cabeza solo en calorones sofocantes. Regularmente en estas fechas priva la cordura y muchos le miden a la posibilidad de pasar una noche en la barandilla por conducir en estado de ebriedad. Es decir que hay menos borrachos cuando hace frío.
No invento nada. Imagínese que lo dejan a resguardo en una barandilla con bancas de cemento y un chiflón que nunca para. En la madrugada la posibilidad de congelarse es absoluta, así como complicar una gripe hasta quedar con los tenis por delante.
De alguna cosa habremos de morir, pero en últimos tiempos mirarse con los pulmones colapsados para derivar en un infarto pulmonar, que casi siempre provoca daños cerebrales, como que a nadie le gusta y por el contrario espanta.
Cambiamos en invierno. Somos otros. Nos buscamos en cada semejante, podemos preguntar por la mañana cómo le fue a los que trabajan de noche y madrugada. Todos, absolutamente todos, tenemos una historia relacionada con el frío. Alguna seguramente que narre cuando estuvimos al borde de la congelación, otra no. Pero el frío, con todo y su carácter, parece juntar más a la gente, acurrucarla, hacerla humana al arranque del año.
Mil gracias, hasta mañana.
@JavierEPeralta