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Yue Lao 

Oscar Raúl Pérez Cabrera
3 Min de Lectura
Ilustrativa

PEDAZOS DE VIDA

Tanto tiempo y tantas veces le pidió a Yue Lao conocer el otro extremo de su hilo rojo, tantas veces creyó que había sido escuchado pero al final de cuentas, esa persona atada de manera irrevocable a su hilo no había llegado, porque si así hubiera sido él no estaría solo, sino acompañado del amor de su vida. 

La tradición dice que el anciano de la luna tiene un registro de enamorados que nacen con hilo atado a otra persona, que estas dos personas comparten un destino irrevocable, sin embargo, todo parecía indicar que la persona que estaba atada en el otro extremo de su vida andaba muy lejos, quizá no había hecho por buscarlo, quizá cuando había salido él a buscarla ella había venido y no lo encontró. 

El punto era que a pesar de los años, el amor no llegó, pero tampoco era posible culpar a un Dios oriental que rige el destino amoroso de la gente, lo peor es que nunca se contó una historia en la que alguna de las partes no hubiera encontrado a la otra, o alguna que contara que la persona había fallecido antes de conocer a la otra, no había nada al respecto.  

La historia de Yue Lao dice que aunque el hilo se enrede o dé muchas vueltas, se tense o se afloje, jamás podrá romperse, y que al final de cuentas esos amantes en algún momento de sus vidas se tendrían que encontrar cara a cara… 

¿Y si se habían encontrado pero no supieron que eran ellos? Todo era un enigma, y no quedaba más que esperar, seguir con esa fe ciega, agradeciendo a Dios por la gente que conocía mientras la encontraba y después rogando de nuevo por conocer a la indicada.

Aquella tarde, abrió los ojos, respiró con dificultad, observó la escena que acontecía a su alrededor, en los ojos de la enfermera reconoció el resplandor, pudo ver cómo el hilo rojo se convertía en dorado, la miró con su última mirada y se fue feliz, no había tenido tiempo para más pero supo que su hilo rojo siempre tuvo a otra persona en su otro extremo, su angustia había acabado. La figura de Yue Lao que tenía en su casa, mantenía la serenidad de siempre, el rostro tranquilo y despreocupado, aunque muy pronto comenzaría a llenarse de polvo.

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