PIDO LA PALABRA
“El que nace para maceta… del corredor no pasa”; esta expresión bien pudiese aplicarse a muchos que tenemos la costumbre de creer a ciegas los argumentos explicados por otros y que por un simple acto de buena fe les damos validez universal, a veces sin darnos cuenta de que son simplemente falacias, cuya única finalidad es conseguir objetivos que no tienen nada de beneficio para las mayorías.
Pero en un simple mortal esta fea costumbre se nos puede perdonar hasta cierto grado, y señalo esta limitación porque en los tiempos que nos tocó vivir, todo debe ser motivo de análisis e investigación hasta llegar al punto en que tengamos la definición de nuestro propio criterio sobre el tema de que se trate.
Sin embargo, hay personas que por la calidad de representación que ostentan, esta costumbre de creer a ciegas lo que otros dicen, se puede interpretar como un sinónimo de ingenuidad en el mejor de los casos o de mala fe en el peor de ellos, y en ambos extremos es altamente criticable por la sencilla razón de que son nuestros representantes los que en principio tienen la obligación de allanarnos el camino en lugar de poner piedras al entendimiento.
La anterior reflexión tiene su origen en esa tendencia que tenemos los mexicanos de sentirnos inferiores a aquellos que vienen de otras latitudes, como si en aquellos lugares la inteligencia se diera en macetas; esa inclinación de “autoningunearnos” también se ve reflejada en la interpretación que le hemos dado a todo lo que nos rodea, entre ello, es el colocar a nuestros representantes en un pedestal de semidioses.
De esta ancestral sumisión a “los de arriba” -que no es otra cosa que el miedo que tenemos de asumir el control de nuestra vida- deriva la existencia de cientos de abusivos y corruptos que se han llevado lo que en esencia le corresponde al pueblo; generalmente salimos con la excusa de que “de nada sirve quejarse ya que de todos modos no nos hacen caso”; y dejamos pacientemente que las cosas avancen hasta el grado de difuminar nuestra dignidad en suspiros de impotencia.
El tema de la época es el miedo que poco a poco nos está engullendo, incluso, miedo por la llegada de un nuevo presidente norteamericano, versión recargada, y hay quienes se truenan los dedos y viven con el Jesús en la boca por el pavor que ese hecho les provoca; lo malo es que ese temor ha ido bajando en cascada desde aquellos lugares que se supone deberían convertirlo en áreas de oportunidad.
Desde luego que no es cosa menor que un sujeto que nos ve con recelo haya llegado a administrar a un país poderoso, pero está en nosotros que esa tendencia del miedo se revierta, ¿cómo? Empecemos a creer en nosotros mismos, saber que no somos inferiores a nadie, que tenemos el mismo potencial que cualquier ser humano; que somos dueños de nuestro propio destino y que ningún presidente de otro país, por muy poderoso que sea, debe turbar nuestro sueño.
Después, analicemos si lo que estamos haciendo de nuestra vida nos acerca a la meta que hemos soñado, de no ser así, corrijamos de inmediato, pero no dejemos de avanzar, aunque lo hagamos lento pero sigamos en movimiento.
Esforcemos al máximo de nuestro potencial en dejar atrás esas tesis atávicas de los “ratones verdes”; somos tan fuertes como cualquiera, no basta con decirlo, ¡debemos hacerlo!, no hablo de violencia sino de actitud, pues el que entra al juego con miedo lo más seguro es que termine perdiendo.
Desde este momento el único enemigo a vencer es nuestro propio miedo, seamos valerosos pero no temerarios, y nos daremos cuenta que las cosas se resuelven con inteligencia y no escondiendo la cabeza como los avestruces; decidamos salir del corredor.
Las palabras se las lleva el viento, pero mi pensamiento escrito está.