RETRATOS HABLADOS
Después que amanezca todo se verá con más claridad. Habrá sol, crecerá la luz ante nuestros ojos, con la claridad única que ofrece la esperanza, esa que se da por 24 horas, no por eternidades, sin que esto sea responsabilidad de ella, sí de nosotros, que con bastante regularidad no sabemos administrarla, y agotamos por la prisa de asegurarnos que todo habrá de regresar a una normalidad que, sabemos, nunca existió. La vida se da bajo un esquema fundamental de racionamiento, porque solo los eternos, los enfermos de poder, de soberbia, creen que por una o muchas obras buenas realizadas, que al menos así las consideran, estarán tranquilos hasta siempre. Pero no es así, y en ese afán de imitar todo lo que vemos, nos vemos sorprendidos porque una tuerca de la maquinaria se tronó, y nos condolemos, entramos en una espiral de tristeza, que, sin embargo, comprobamos, siempre hace falta cuando todas las mañana nos parecen las mismas, sin ninguna diferencia, sin la capacidad de sorpresa que asumimos con toda el alma, cuando abrimos los ojos de una larga enfermedad o accidente, y juramos que, igual al Scrooge de Dickens, “¡viviré en el pasado, el presente y el futuro!”.
Parece tarea permanente comprender, por fin, que la existencia humana es un continuo construir y reconstruir, al mismo tiempo, los tres tiempos fundamentales de la vida, porque uno sin otro, no pueden existir. Dickens achacó esta tarea a la celebración de la Navidad, porque su personaje central se había olvidado de lo que había unos metros afuera de su oficina de usurero, y además que el cierre de año siempre resulta propicio para hacer una evaluación, o por lo menos intentar darnos cuenta si, por la razón que se quiera, nos anclamos en el pasado, en el presente o futuro, cuando todos caminan al unísono.
Aunque por razones hasta lógicas siempre emprendemos el camino sin preguntarnos el rumbo que habremos de tomar, tal vez sea el momento, y esto puede ser achacado a la edad, de tener la voluntad de mirar el transcurso de las horas, y descubrir todo lo que esto puede implicar.
Así sufriremos menos, o por lo menos, tendremos menos razones para lamentaciones. Tal vez, en una de esas, la memoria raquítica que poseemos, traiga el momento en que vimos el amanecer, luminoso o nublado, pero con luz, luego de ese episodio trágico que nos llevó a la reflexión de Scrooge. Tal vez desperdiciaremos en menor cantidad las horas que podemos mirar, sin que esto implique que nos dediquemos como poseídos a convertirnos en atletas de competencia, o fanáticos de nuestras manías.
Con mucha seguridad, lo único que debemos pedirnos es que tengamos tiempo para comprenderlo, asistir a su despertar cuando nos asomamos al jardín iluminado por el sol, o la luz, o las estrellas, y por fin nos podamos decir que sí, que ya era justo darnos la paciencia y la calma para poder mirarnos a nosotros mismos, en la tarea de admirar el pasar del tiempo, el de antes, el de ahora y el del futuro.
He de asegurar que, a ese pasto, lento y paciente, podremos mirar el rostro de la existencia humana, es decir, la nuestra.
Mil gracias, hasta mañana.
Correo: jeperalta@plazajurez.mx
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