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Volver a ver la lluvia

Javier Peralta
5 Min de Lectura

LAGUNA DE VOCES

El que llueva hace que la esperanza renazca, nutra los jardines que miramos en la infancia, proteja la versión que teníamos de la existencia humana y, por lo menos, intente hacerla ajena a la tristeza que como adultos generalmente tenemos porque hemos vivido, y por lo tanto perdimos los ojos buenos con que podíamos esperar muchas cosas del paso por la vida. Algo tiene la lluvia que aunque sea por minutos nos devuelve la confianza en que después de todo, ha valido la pena caminar por los prados donde renace la certeza de que tuvimos una razón central para mirar con paciencia el milagro constante de la fe.

Me gusta pensar que lava los campos, la pena que por largas temporadas nos agarra del cuello sin saber si habrá tiempo para recuperar el paisaje en que siempre existe la posibilidad de volver a empezar, devolver al mundo lo que nos otorgó cuando niños y después perdimos, pareciera que de manera irremediable. La lluvia es buena en esos tiempos en que asumimos que, después de todo, no éramos ningún milagro, ninguna estación eterna donde solo estrellas, solo lunas blancas alumbrarían el camino.

Algo tenemos que ser, de eso no hay duda, pero son tantas las veces que entendemos lo contrario, que tendrán que ser las lluvias de cada año, pocas veces puntuales, las que logren lavar el rostro, los ojos, las manos, la memoria empequeñecida porque olvidó el instante único en que nos fue concedida la eternidad.

Algo tiene la lluvia que puede devolver la esperanza y nos dice que, de alguna manera, la fe será la única posibilidad para salvar el recuerdo, la voz siempre amorosa de los que hoy padecen y defienden su esperanza que es la nuestra, y sin la que a lo mejor el camino quedaría cerrado para siempre.

Por esa razón es preciso que llueva cuando hace falta, para que los campos crezcan o salven lo que se pueda después de tanto sol que agota las plantas, que las ahoga como es la constante en estos días.

Lo único que sabemos a ciencia cierta es que nunca como ahora es tan preciso traer de regreso los ojos con que de niños mirábamos caer la lluvia, mirar cómo escurría de las azoteas, distinguir el camino de los ríos de a mentiras que, a veces, llevaban barcos de papel a los que distinguíamos con nombres únicos, de grandes embarcaciones que navegarían hasta destinos infinitos.

Algún día nos tocará ir por esos destinos insondables, plenos de la magia que agotamos con tantas tristezas. Pero hoy no. Hoy apenas es tiempo para evocar la fe en la vida, en la vocación por creer que es prudente creer, y me refiero a la vida, la que a tantos y tantos se les escapa a veces sin darse cuenta en un país lacerado, masacrado por la violencia.

Por ellos, los que luchan día a día para volver a ver los campos en lluvias como las de estos días, es que uno desea con tanta ansiedad que cada día nos permita saber que nuestros seres queridos están bien, reconocen el camino para regresar y saludarnos al otro lado de la línea telefónica, con la voz esperanzada de quien ha visto de nuevo caer la lluvia en la calle, en el patio de su casa, en el amable y amoroso hogar donde siempre han sido felices, en los días de Nochebuena cuando nos sabíamos parte de un mundo amable, único y esperanzador.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx

@JavierEPeralta

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