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domingo, marzo 9, 2025

Vigencia de Paco Yunque 

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RETRATOS HABLADOS

En una pequeña escuela primaria, había un niño que se destacaba, no por su inteligencia o amabilidad, sino por su comportamiento abusivo. Este niño, al que llamaremos Lucas, se dedicaba a intimidar a sus compañeros más débiles. Les quitaba la comida en el recreo, se burlaba de aquellos que tenían algún defecto físico y disfrutaba al ver cómo sus acciones causaban dolor y sufrimiento. Lucas no solo era un bully; era un líder de una pandilla de niños que lo seguían, temerosos de su ira, pero también admiradores de su poder. Para ellos, ser como Lucas significaba ser fuerte, aunque eso implicara ser cruel.

Con el paso de los años, Lucas creció y, sorprendentemente, se convirtió en político. Su ambición lo llevó a alcanzar la presidencia de su país. Sin embargo, el niño abusivo nunca desapareció; simplemente se transformó en un adulto que utilizaba su poder para intimidar a otros. En lugar de aprender de sus errores, Lucas continuó agrediendo a los gobiernos de otros países que no se sometían a sus caprichos. Amenazaba con su ejército, mostrando una vez más que la fuerza y el miedo eran sus herramientas preferidas.

Lo más inquietante de esta historia es que Lucas siempre ganaba. Su pandilla de «niños-hombre» seguía a su lado, dispuestos a hacer lo que fuera necesario para protegerlo y mantener su estatus. Muchos otros lo admiraban, anhelando ser como él: abusivos y miserables. Este ciclo de violencia y abuso se perpetuaba, y el mundo se volvía un lugar más triste y sombrío.

César Vallejo, el poeta peruano, capturó la esencia de esta dinámica en su cuento «Paco Yunque», donde se retrata la crueldad de los niños y cómo ésta puede reflejarse en la sociedad. Vallejo escribió: «El niño que no sabe ser niño, no sabe ser hombre». Esta frase resuena profundamente en la historia de Lucas, quien nunca aprendió a ser compasivo ni a respetar a los demás. En su búsqueda de poder y control, dejó un rastro de tristeza y desolación, recordándonos que el abuso, ya sea en el patio de una escuela o en el escenario político, siempre tiene consecuencias devastadoras.

Así, la historia de Lucas se convierte en una advertencia sobre los peligros de permitir que el abuso y la crueldad prosperen, ya que, al final, todos pagamos el precio por la falta de empatía y humanidad. 

Por supuesto no es Lucas. Se llama Donald. Y ser así: miserable, abusivo, ignorante y prepotente, le ha funcionado. La sociedad norteamericana lo admira, lo idolatra. El espíritu imperialista está de regreso, y sus fieles seguidores  se sienten iluminados cuando habla el niño berrinchudo que se hizo hombre, que sabe que sus artimañas funcionan, en un mundo cada vez más perdido, aquí sí, en el espacio sideral.

Y ojo: un niño berrinchudo es eso, un niño berrinchudo. Se puede contentar un rato, pero después hará lo mismo, siempre lo mismo. Tratar de hablar o negociar seriamente con una persona que tiene la mentalidad de un niño berrinchudo, resulta hasta absurdo.

Es perder el tiempo.

Es creer a quien no tiene palabra de ningún tipo, y es ceder, porque de gratis nunca. El niño abusivo es evidente que pidió algo a cambio, que algún día sabremos en qué consistió.

En tanto, festejemos que el niño berrinchudo, por lo menos no le pegó ni escupió a quien le habló con paciencia.

Pero tarde o temprano lo hará.

Mil gracias, hasta el próximo lunes.

Correo: jeperalta@plazajuarez.mx

X: @JavierEPeralta

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