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Vendrá una ola limpia, sin sangre, llena de esperanza

Javier Peralta
4 Min de Lectura

LAGUNA DE VOCES

Luego que pase el temporal seguro que vendrá calma, un mar tranquilo y la certeza de que llegaremos a buen puerto. Pero hasta que pase el temporal muchos caerán al agua y morirán, ya no sabrán jamás de la tierra llena de bonanza que estaba al alcance de la mano. Y por lo mientras nadie está seguro, el próximo en irse de boca puedes ser tú, él, yo, y en una de esas hasta todos. El asunto es sobrevivir, esperar a que pase el mal tiempo y aguantar, aguantar con todas las fuerzas del alma, el corazón, la esperanza, a que las olas ya no traigan cuerpos descuartizados por los tiburones, pedazos de carne que ni los animales marinos, ni las aves carroñeras que se atreven hasta estos lugares, quieren comer porque apesta, hiede de tanto tiempo que pasó en espera de ser reconocida. Si algo sobra son los que murieron sin nombre, cara, recuerdos, algo que dijera si alguna vez pudieron soñar con lo que llamamos proyecto de vida. Lo más que alcanzaron fue un proyecto de muerte que les cumplieron cualquier mañana, tarde, noche, madrugada, porque ya no hay hora segura, cualquier rato el mar se pone bravo y el que anda descuidado se va directo a las profundidades, de donde saldrá pasados unos meses algún pedazo de hueso, la calavera que nos haga saber de su desgracia. Aguantar, aguantar a como dé lugar, sin importar lo qué se tenga que hacer. Nadar de a muertito funcionó un tiempo, pero los animales del abismo se dieron cuenta y ahora son los primeros que descabezan. Quedarse quietos pero en la embarcación, silenciosos, que todos sepan que somos nadie como en el temblor del 85, que estamos bien así con cara imposible de identificar, almas desconocidas, corazones que apenas laten para no delatarse justamente. Aguantar, aguantar hasta donde se pueda. Bajarse del barco es el suicidio, si arriba no falta quien te ponga un cuchillo en la barriga y lo hunda, tampoco el que te esconda en el fondo de cualquier bodega y se le olvide, y luego te mueras de hambre. Si arriba pocos se salvan, peor todavía para el que salta en espera de que pase una embarcación y lo rescate. No hay rescate, no hay quien se asome a un mar infestado de alimañas. Así que el asunto es sumar los días, los meses, los años y saberse vivo, como sea, sin esperar a cambio más que la esperanza de que un día cualquiera salgamos todos de las sombras, que las nubes negras se vayan, que de pronto se vea una isla en el horizonte, y ahí sí, la seguridad de que entre tanto muerto no estuvimos nosotros. Pero esa es pura esperanza, pura y maldita esperanza. Lo cierto, lo real, es que vamos en el mismo barco pero no te conozco, no me conoces, no queremos conocernos, porque todos somos sospechosos de tirar cristianos al mar, de esconderlos y olvidarlos en bodegas; de miedo, miedo absoluto a todo. De todos modos por ahí vendrá una ola limpia, sin sangre, y eso puede ser buen signo.

De todos modos, el barco en que zarpamos hace mucho tiempo del puerto es fantasma, compañero del Holandés Errante, igual que él, condenado a vagar la eternidad por todos los puertos del mundo.

Mi gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx

@JavierEPeralta

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