LA RULETA
para otros es simplemente un pretexto para convivir en familia; y para algunos más, es una fecha más marcada en el calendario. Nueve días antes comienzan las posadas: piñatas, aguinaldos, comida y risas que intentan envolver al país como si nada malo estuviera pasando, como si bastara con cantar villancicos para que la realidad se fuera un rato. Tal vez eso es lo que se eligió creer: esa esperanza que aparece cada diciembre y hace pensar que la siguiente Navidad será mejor, que ahora sí vendrán cosas buenas, que algo cambiará.
Pero mientras se esperan milagros, el promedio de gastos en estas fechas se dispara, las deudas crecen y la gente sigue convencida de que ahí, justo ahí, está la felicidad, pero no hay cosa más frágil que creer que un regalo de Navidad puede pesar más que todos los silencios, injusticias y reclamos acumulados.
Hoy parece que a muchas personas les importa más el dinero que cualquier otra cosa, incluso más que la familia, aunque se llenen la boca diciendo lo contrario frente a los demás. Porque claro, el dinero da posibilidades, paga estudios, resuelve urgencias y abre puertas, el problema no es tenerlo, sino lo que algunos están dispuestos a hacer por él.
Hay personas que solo buscan de dónde sacar provecho, aunque eso signifique señalar, culpar o cobrar lo que no corresponde; en ese juego, casi siempre hay alguien que paga por no romper la familia, alguien que prefiere ceder antes que discutir, que guarda silencio para evitar divisiones, que carga con deudas ajenas para sostener una paz que solo existe en apariencia. Y así, mientras unos siguen siendo protegidos y justificados, otros cargan con responsabilidades que no les pertenecen.
Al final, la Navidad termina siendo un espejo incómodo, porque si son capaces de ser tan crueles, tan indiferentes y tan injustos con quienes se supone que aman, ¿qué se puede esperar del resto del mundo? Si el dinero pesa más que la verdad, más que la empatía y más que la familia, entonces quizá el problema no sea la ausencia de amor, sino la facilidad con la que muchos deciden olvidarlo.
Pero que la gente sea así no significa que todos tengan que serlo, que otros actúen desde la avaricia, el rencor o la conveniencia no obliga a perder la fe en lo que se cree fervientemente; aún hay quienes eligen el amor sobre el dinero, la verdad sobre la comodidad y la unidad sobre el orgullo, tal vez no se pueda cambiar a quienes hacen daño, pero sí decidir no parecerse a ellos. Y sí, en medio de todo, incluso en una Navidad rota, todavía es posible seguir creyendo que la familia, la empatía y el amor aún valen la pena.


