LAGUNA DE VOCES
Además, la carretera había quedado cerrada desde que la gente se había ido de la ciudad, abandonado todo, hasta el centro histórico con sus casas antiguas todas remozadas, pintadas de colores vistosos, marcos de madera en sus ventanas, herrería legítima, faroles que recordaban otras épocas, cuando se hablaba de riqueza y prosperidad. Pero se fueron una mañana de noviembre, sin avisar, sin decir por qué.
Algunos achacaron semejante decisión a la violencia, al número de cadáveres que día con día crecía hasta dejar un rastro de sangre que no terminaba nunca. Pero no fue eso, simplemente abandonaron lo que hacían y desaparecieron, junto con sus hijos que ni ruido hicieron, sus mascotas igual de silenciosas. Así, de repente, y no crea que, así como así se aceptó que ya no estaban, al contrario, hubo un revuelo por todo el país en las noticias de la televisión, de la radio, del internet, donde hasta videos subieron de cómo una familia completita se esfumó a la vista de todos, hasta de la cámara que grababa.
Cuando de otros países llegaron investigadores para saber si había alguna anomalía justo en toda la ciudad, la cosa se puso peor, porque no pasaba día sin que anunciaran que, a la misma hora, otra familia se iría. El problema fue que el camarógrafo también no hizo nada, junto con el reportero que narraba el asunto.
Vino entonces la alarma, el decreto que prohibía acercarse al lugar del epicentro de las desapariciones, y comprobaron que solo 100 kilómetros a la redonda se podía garantizar la vida de curiosos y parientes, que gritaban estar dispuestos a esfumarse con sus seres queridos, pero que los dejaran pasar. Lo que se decidió hacer, no sin antes despedirlos como era debido.
Se fueron así todos, o casi todos, en un abrir y cerrar de ojos. Por eso la carretera que tanto se presumía empezó a llenarse de hierba, de plantas que solitas crecieron, y lógico, se tapizó de grietas, de agujeros, igual que en otros tiempos, no por el abandono y el olvido, aunque viéndolo bien sí había sido por esas dos razones. Como quiera la capital enterita se vació, y lo mismo que con la carretera, se llenó de todo tipo de plantas, hormigas e insectos. Las fachadas antes tan coquetas con sus colores chillones, simplemente quedaron verdes por las hiedras que subían y subían. Pero de las personas ni rastro. El número de crímenes, de desaparecidos, no hizo nada, porque justamente al no haber nadie, a quién le iba interesar descabezar a quien ya no existía, o secuestrarlo para pedir rescate. A nadie. Y así reinó la paz, la tranquilidad, el silencio, el escenario único para pensar y pensar.
Los últimos en morir, que no desaparecieron, fueron los que habían practicado de manera cotidiana, el arte de convertir en recuerdo a los que no pagaban la cuota, los que se habían pasado con el bando enemigo, los que simplemente no les hacían caso.
Y fue así como la ciudad acabó por esfumarse en un abrir y cerrar de ojos.
Hoy luce como un campo inmenso, en paz, en absoluta tranquilidad.
Hoy la capital es la capital del recuerdo, o del recuerdo que inventan los que nunca la conocieron en vida.
Mil gracias, hasta mañana.
Correo: jeperalta@plazajuarez.mx
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