UN ADULTO RESPONSABLE
Hace unos días estaba haciendo mi cartita a los Reyes Magos y, aunque hace mucho que ya no les pido nada tangible, siempre se encargan de dejarme algún recuerdito de sus grandes viajes; entonces recordé lo mucho que disfruto escribir misivas.
Muchos de mis escritos los tiene una sola persona, misma con la que ya no hablo, ¿lo que es la vida, no? Pero como dice Ismael Serrano: “El amor es eterno mientras dura” y la vida sigue. Si tienes una carta mía, sabes que siempre la hice con los sentimientos a flor de piel y que en ese momento sentía lo que quedó plasmado en esas líneas, porque no todas fueron de amor, no, no. Algunas ni siquiera estaban dirigidas a personas, recuerdo las veces que le escribí a un celular perdido, a un animalito que quise mucho, a un libro, a una película…
Lo cierto es que se me ocurrió este tema después de ver “Quiero comerme tu páncreas” (una película japonesa altamente recomendable para los que somos de lágrima fácil), obra que me hizo recordar las cartas icónicas que he visto a lo largo de mi vida, en el plano de lo ficticio están las películas: “P.D. Te amo”, donde Gerry le escribió a Holly; las de Noah a Allie, que escondió ‘su suegrita’ en “Diario de una pasión”; las de Florentino a Fermina en “El amor en los tiempos del cólera”; o la trama completa de “La casa del lago”.
Y en la literatura: “Persona normal” de Benito Taibo o “Las cartas de Sam a Jennifer” de James Patterson. Aunque también podemos atestiguar en cartas el amor real que profesaba Cristina Pacheco a José Emilio o la forma en que lo escribió Jaime Sabines en “Cartas a Chepita”.
¿Escribí la mitad de una columna para promocionar libros y películas bien cursis? Claro, y lo volvería a hacer. Sin duda creo que por más que pasen los años y la vida se vuelva una sucesión infinita de herramientas tecnológicas tras herramientas tecnológicas, una carta escrita a mano siempre tendrá el poder de inspirar el amor en aquella persona que se desea con convicción.
Por supuesto, no se puede hablar de cartas sin mencionar las más aburridas, las que solo tienen el objetivo de servirle a la burocracia, las de recomendación (que ya tuve la fortuna de escribir un par), las de poder (por la que casi me estafan) o las de intención (por la que sí me estafaron), pero ya habrá tiempo de contar esas historias en otra columna.
Mientras, les deseo a mis lectoras y lectores que este año les llegue una carta: una de disculpas, de amor, la de terminación (para los estudiantes), las de YU-GI-OH o Pokemón (para los coleccionistas) o cualquier otra que les llene el corazón.
Porque, la sensación de recibir un trozo de papel (o cartón) en el que esté escrito eso que tanto esperabas leer es fantástica, excelsa, espectacular.
Y si quieren, si así lo desean, por qué no, escribir alguna, aunque nunca la entreguen, aunque se hablen a sí mismos, aunque al final la quemen o siendo menos fatalistas, la entreguen y cumplan su cometido. Yo lo recomiendo ampliamente, porque como diría mi compañero columnista Miguel Rosales Pérez: “Las palabras se las lleva el viento, pero mi pensamiento escrito está”.
Nota: Ojalá los Reyes Magos les hayan traído lo que deseaban, principalmente aquello que nunca podrá comprarse con dinero.