UN ADULTO RESPONSABLE
“Era tan impuntual, que hasta a su vida llegué tarde”
Frase de autor anónimo
Martín Trigueros
Con el tiempo he llegado a mirar de frente todos y cada uno de mis defectos y les he tratado de dar batalla, ya saben, esa onda de pretender ser una mejor persona, siempre ha sido parte de mi vida.
Algunos de estos “vicios” he podido aminorarlos: ya no soy tan explosivo, he aprendido a ser un poco más diplomático y empático, entre otras cosas.
Pero hay un par de ellos que nomás no sé por qué, pero parece que me voy a morir con ellos: el primero es que soy sumamente distraído y el segundo es que nunca he podido ser puntual.
Hoy voy a hablar sobre lo segundo para demostrarles los dos.
Quizá la vida me predestinó a no llegar temprano a ningún lado, digo, porque el nacer un sábado al mediodía, debe ser una señal.
Tal vez influyó mi familia, que hace mucho que no llega a tiempo (y/o completa) a ningún lado, aunque así lo intentemos.
A lo mejor estos ejemplos no tienen nada que ver y yo solo me fui descomponiendo en el camino, quién sabe. El chiste es que me ha pasado desde chico.
En la primaria no había tanto problema porque dependía al 100% de mis padres, pero fue en la secundaria que mis problemas comenzaron, no hubo un solo día en toda esa etapa que llegara con calma. Siempre corriendo, siempre con prisas. Fue ahí que mis habilidades sociales me salvaron, que el raite de un profe, de la mamá de un amigo, que el ruego a la maestra encargada de la puerta, con la eterna promesa de que era la última vez.
Y no, no es que hiciera algo importante, solo es que hasta la fecha no sé administrar mi tiempo.
En el CBTis la historia no cambió. Había profesores que me tenían paciencia y consideración (los más) pero otros no, y con justa razón.
De hecho, un par de materias las reprobé no por falta de conocimiento, sino por ausencias en las clases. ¿Lo peor? En los intersemestrales, también llegaba tarde.
Para esta altura y por cómo lo cuento, parece que estoy orgulloso de ello, pero no, es un lastre muy pesado.
Muchas personas han tratado de “meterme en cintura”, de decirme lo importante que es esa cualidad, de contarme historias reales de lo que puede pasar cuando no llegas a tiempo. ¿Mi favorita? La de la esposa de Jhon Lennon y el viaje en el que conoció a Yoko Ono.
En la Universidad, dependí siempre de la buena voluntad de mis profesoras y profesores de las mañanas, tomaba clases atrás de la puerta cerrada de las aulas y/o entraba a la misma clase en la tarde. Con eso demostraba que no es que no quisiera aprender, lo que pasa es que no soy buen administrador de mis horarios.
Y no, tampoco es lo que estás pensando, no soy un “impuntual selectivo”, de hecho, esa gente me cae muy mal.
Yo llego tarde siempre no solo cuando “me conviene”, tengo ese problema en todos los ámbitos de mi vida.
En consecuencia, no me sé los comienzos de algunas de las películas que “he visto”, más de una vez me perdí la primera lectura en la misa y desconozco cómo es que seguí saliendo con algunas mujeres que eran gente normal, de esas que se enojan cuando llegas tarde.
Claro, de lo terrible siempre hay algo bueno: las historias de la gente que también llegó tarde, la gente que se hizo mi amiga al compartir el mismo vicio, lo humilde que me ha hecho este comportamiento, el saber esperar cuando otro es el que no llega a tiempo.
Al menos tuve la fortuna de tener un trabajo por “destajo” y sin horario específico.
Espero en serio algún día curarme y llegar a ser aquella persona que siempre he soñado, una que llegue más temprano que la novia en el altar, por ejemplo. Mientras tanto, como diría Cristina Pacheco: “Aquí nos tocó vivir”.
Nota: Un agradecimiento a todas aquellas personas que a pesar de saber de mi vicio, todavía me quieren y me invitan a sus eventos. La mera verdad, se merecen el cielo.