Un adulto responsable
“Si mis mentiras puedes perdonar,
voy a llenarte la vida de felicidad…”
Todos mentimos – Diego Verdaguer
Como buen católico, en mi casa crecí con la consigna de ser honesto la mayor parte del tiempo, porque eso, además de traerme cosas buenas, me alejaría de atentar contra el octavo mandamiento de la Ley de Dios y, además, según mi madre, me abriría las puertas en cualquier lugar en el que me parara.
Con el tiempo y mientras crecía, descubrí por qué era “la mayor parte del tiempo” y no “siempre”. Las mentiras son completamente necesarias, sobre todo con los “fabulosos Testigos de Jehová” y otros cuantos visitantes que más que traerte paz a tu casa, a veces te ponen los nervios de punta.
Y no me malentiendan, me gusta hablar de Dios y los beneficios de la salvación, pero cuando escuché eso de que solo 144 mil personas gozarán del cielo y que posiblemente mi abuelita o yo mismo no tendremos la oportunidad de ello, tuve que dejar de abrirles la puerta y no escucharlos más. Por eso cada que vienen, preferimos decir las clásicas mentiras: “no tengo tiempo” o “ahorita estoy muy ocupado”.
En mi casa se miente, es cierto, pero solo en ocasiones especiales, cuando nuestro “invitado” es particularmente terco, reacio a retirarse o simplemente no queremos o no podemos atenderlo por x o y razón; también maquillamos un poco la verdad cuando no queremos ir a algún lugar. Precisamente porque mentimos poco o con mucha astucia, la gente nos sigue creyendo.
Pero la mentira es un gran lastre, porque aunque no queramos, se convierte en una gran bola de nieve que después pesa tanto que ni siquiera Sísifo podría moverla. Por eso, en ese aspecto, me gusta cuando la gente le juega “al abogado”, porque “le encuentran un vacío legal a sus palabras” y “disfrazan” u “omiten” la verdad.
Seguro entre tus amistades hay una persona que ensalza su trabajo, alguna idea o una anécdota para que suene más rimbombante o importante. Y no, no está mintiendo, solo utiliza palabras sofisticadas porque “podrá pasar de todo, pero a él o ella nunca la verán jodido (a) mientras pueda evitarlo”.
En esta vida de “adornadores de la verdad” también está el condescendiente, aquel ser humano que lejos de mentir para hacer algún mal, inventa historias para no hacer decaer la ilusión de los demás. Es aquel que dice: “vamos a seguir echándole ganas” cuando está frente a un enfermo terminal; el que te puede ver a los ojos y decirte “todo va a estar bien” a pesar de que no está tan seguro de que así vaya a ser. Esos tienen tan gran corazón que sus palabras son justificadas muchas veces.
Pero así como hay gente que usa el superpoder de no mentir, hay otro tipo de personas que son unos completos cínicos, pues lejos de decir alguna mentira piadosa de vez en cuando, tienen una deuda tan grande con la verdad que ya viven una doble vida. Ejemplos hay un montón: los que tienen novia y esposa; las que son “aviadores” de alguna empresa pública o privada, o los que no tienen empacho en directamente inventar historias que todo el mundo ya sabe que no son verdad, pero las repiten tanto que ya hasta parece que se las creen.
Siento que ninguno de nosotros podemos juzgar a nadie por mentir, porque es algo que hacemos todos, pero como diría el gran consejo de la abuela: “no hay que excederse, para no terminar como el cuento de Pedro y el Lobo”
Nota: Las mentiras no son ni buenas ni malas, simplemente son necesarias para poder vivir en paz, y si usted no me cree, le recomiendo las grandes comedias “Mentiroso, mentiroso” o “La mentira original”.