Un adulto responsable
“Yo soy inmenso, y contengo multitudes”
Walt Whitman
De pequeño, mi familia solía decir que me parecía un montón a mi papá, y cuando tenía unos diez años, mediante una foto, me pude dar cuenta de que era verdad. Con el tiempo, mi cabello no se encrespó como el de él y quizá si nos vieras juntos no sabrías que somos parientes, pero sin duda nos parecemos. Un poco en las facciones y otro tanto en el humor (unas veces tan absurdo y otras tantas tan negro como la noche).
De mi madre heredé el carácter explosivo (tan incómodo para muchos y valorado por muy pocos) que siempre ha sido un arma de dos filos, porque si nunca me has visto enojado pensarás que soy alguien muy sociable y alegre. Pero cuando activas la bomba, suelo pensar con el hígado y termino soltando el veneno contra quien se deje.
Muchos otros adultos (y algunos niños muy sabios) fueron moldeando mi personalidad poco a poco. Venturosamente tuve grandes maestros, tanto en lo académico como en “las ciencias de la vida” y todos ellos tienen un lugarcito especial en mi corazón y en mi mente, donde revisito sus consejos seguido.
Tengo la esperanza de que así como todas esas personas influyeron en mí, también lo hicieron en otros; siempre he creído que el mejor aprendizaje es el que se da de manera no formal y que siempre habrá gente que te enseñará también con su ejemplo qué es lo que no se debe hacer. Y no necesariamente porque sea malo, sino porque no encaja con tu vida.
Sé que, entre tantas otras, tengo la misión de hacer lo mismo por las generaciones venideras. A lo mejor la gente me recuerda con alguna palabra, cuando realiza alguna acción o cuando, ¿por qué no? Le ocurre una que otra desgracia que a mí me pasó primero y les advertí cómo evitarla.
Y es que soy de “consejo fácil”, no tanto porque me crea muy inteligente, simplemente porque me han pasado cientos de cosas que alguien con más sentido común que el mío habría evitado hábilmente. Lastimosamente en este mundo tan dinámico, a veces en lo más fácil es en lo que más fallamos.
Hace poco vi la película de “La vida de Chuck” que explora la pregunta: ¿Si supieras cómo y cuándo vas a morir, vivirías diferente? Claro, tratar de resumir la trama de una película tan compleja con una pregunta tan ambigua no le haría justicia a tan bello filme, por eso tomo de pretexto la columna para recomendarla ampliamente.
Referente a la pregunta, nuestro protagonista decidió que no viviría diferente, que dejaría que la gente viviera en sus recuerdos, en su memoria, a su manera y que él haría lo propio hasta aquella hora fatídica.
Sería muy fácil dejarse llevar por las cursilerías de siempre para prometer otras cosas, que seríamos mejores, que le echaríamos más ganas, que buscaríamos dejar una huella en el mundo para bien, pero estoy seguro de que el proceso nos volvería miserables y jamás podríamos cumplir con una expectativa tan grande como la de ser felices con un límite de tiempo.
Ojalá vivamos en la mente de mucha gente, porque mientras alguien nos recuerde seguiremos vivos, como lo está tanta gente que ya dejó este plano terrenal cuando nosotros hacemos lo propio.
Nota: Con ese último párrafo recordé “Coco”, una película también muy emotiva y propia para las fechas.