12.6 C
Hidalgo
miércoles, febrero 26, 2025

Un día plagado de jaurías

Más Leídas

LAGUNA DE VOCES

La jauría, que fuimos todos, salió temprano con un papel que se transformaba en camioneros bloqueadores de caminos, defensores de los abusados, defensores de los abusadores, justicieros que dirigieron flamígeros mensajes. Una jauría en que cada cual enarboló sus intereses, sus mezquinos intereses, mezquinos personajes dispuestos a lo que sea, no por la bondad, sí por la absoluta codicia. 

Al fondo, escondidas, solo adorno de un teatro en el que no interesaban a nadie, las niñas violentadas, ahora hasta colocadas en la duda de la historia. Pero violentadas por ser incluidas en una puesta en escena donde solo habían servido para dar motivo, a unos y a otros, para que todos se tundieran, para no importar nada, absolutamente nada.

Dejó de importar la verdad, si es que la hay, porque lo fundamental era que cada cual impusiera la suya, en la que, nunca de los nuncas, importaron las que se quedaron arrumbadas en el rincón de una narrativa, donde todos los que se paseaban con aires de indignación, de condena, se importaban ellos mismos, ellas mismas, no las que tomaron de bandera.

Esta es una historia lamentable, dolorosa, más allá de lo que pueda tener de verdad, tanto en los que acusan, como entre los que son acusados. Porque cayó en manos de una jauría, y la jauría es conformada por perros que, en esa condición, equivalente a la masa que a la que dan vida los humanos, deja de tener cualquier asomo de compasión por sus semejantes de cuatro o de dos patas.

Solo la ansiosa necesidad de destrucción. Y allá, más allá del fondo, las niñas por las que en apariencia todos peleaban, pero no era cierto, no importaban, nunca han importado. La jauría no respeta nada, porque la guía el ansia de destrucción, y si para eso deben volver a destruir a las pequeñas personas, lo hacen.

Nadie puede decirse ajeno a esta puesta en escena tan dramática, tan importante para descubrirnos miserables, absolutamente miserables en un mundo cada vez más dado al aplauso para lo absurdo, lo bizarro, lo plagado de imbecilidades. Más dado a la indignación de segundos, con tal de crear un corto diminuto al que le pongan miles y miles de visitas.

Ahora todo camina rumbo al despeñadero, porque cada cual hizo lo que pudo para vender al mejor postor, la historia de unas niñas de Zimapán, y actuar, y ser histriones por un día para presentarse como los que se desgarran las vestiduras ante el crimen, pero al rato brincar al lado contrario, y así hasta la eternidad.

El espíritu de jauría, la lucha de poder a poder de las jaurías, el uso de lo que sea para clavar dagas envenenadas en el otro, quien quiera que sea el otro.

Da pena, porque de alguna manera, ese maligno espíritu de jauría, incentivado con bastante regularidad con monedas heredadas del discípulo traidor, provocó que el hocico de muchos salivara; y bien arrinconadas en el olvido, las niñas, objeto de toda esta puesta en escena, de nueva cuenta se quedarán en el oscuro tapanco de la casa.

Todo un acontecimiento. Todo un escenario donde ya nadie sabe si, en algún momento, la pelea era por la verdad.

El espíritu de jauría en todo su esplendor.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx

@JavierEPeralta

Autor