LAGUNA DE VOCES
En cuanto termine de anochecer seguro que la carretera se habrá achicado hasta quedar disminuida a un carril que no tendrá retorno a ninguna parte, porque sucede lo mismo que cuando nacemos y descubrimos, a veces muy tarde, que no hay ninguna señal que nos hable de la posibilidad de regresar al lugar de donde venimos. Sin embargo insistimos como si, a tanto decirlo, pudieran cambiarse las cosas, seguros de que todas y cada una de las condiciones que se aplican a otros para desembarcar en esto que llamamos vida, simplemente no aplican para nosotros. Pero no es así, igual aplica al rico, al pobre, al que es famoso, al que nadie conoce, al que es buena o mala persona. Es la única condición que sigue un mismo rasero, y eso, en serio, por momentos consuela cuando se miran tantas barbaridades hechas contra otras personas, y si el camino es el mismo, sin vuelo a ninguna parte, pareciera que es parejo el asunto.
No hay lugar más claro, más exacto para buscar una comparación con la existencia humana, que los viajes en carretera, que si son de día, asemejan el momento exacto del nacimiento, porque siempre es la luz la que atiborra los ojos del nacido y le hace mirar siluetas nunca definidas, para después llorar porque vino a parar a un lugar del que no conoce absolutamente nada.
Pero en las noches se conoce el destino, ahora de una manera bastante macabra y dolorida, porque resulta que sin ser destino, ni deidades, ni nada, de repente se cruzan en el camino y dejan sin vida al que eligen al azar, a la ruleta rusa, a veces sí con tino y tiento, porque se cobran sus afrentas o sus odios. Sin embargo, cada vez es menos que haya razón de por medio, y más un suculento gozo por lastimar al semejante.
Antes, hasta eso, las carreteras de noche invitaban a la reflexión, a la filosofía, a la contemplación, y la contemplación justo es la que hace girar en sentido contrario, las manecillas de la existencia.
No le pido que tenga la tentación de agarrar camino y pasar la noche en la tarea de manejar quién sabe para dónde, porque si algo le pasa en manos de los que no son buenas personas, de los malignos pues, acabarán por culparme de sus desventuras, pero sí que, bajo ese mismo estilo, decida ponerse a mirar el cielo estrellado, surcar los cielos, y darse cuenta que sí, efectivamente, no habrá segunda oportunidad alguna. El que aparece de pronto en estos caminos de Dios, sabe que no podrá regresar.
Y entonces, la pregunta es obvia, ¿quién tuvo a bien incluirse en semejante carrera? Se lo voy a decir sin rodeos: nadie, o no al menos una persona, con seguridad un Dios, el de usted, el de todos, o el de nadie. Pero en eso consiste esto de nacer, de competir sin saber cuándo se llegará a la meta, porque con bastante regularidad, el que llega a ese final se muere, y morirse no está en los planes de nadie.
Pero cuando pueda, vaya lugar donde siempre ha sido feliz, si puede en la noche que sea iluminada por la luna y las estrellas, y piense que un día cualquiera, ese camino empezará a cerrarse, dejará de ser de doble sentido, y será uno solo, ya sin señales para la vuelta en “U”, ya con la certeza de que con llegar habrá sido suficiente.
Entonces, y sólo entonces, se dará cuenta de que ha vivido, y que, sobre todo, ha valido la pena.
Mil gracias, hasta mañana.
@JavierEPeralta