RETRATOS HABLADOS
Una constante de la vida humana es el cambio, y se le puede llamar de la manera que cada quien lo desee, pero al final del día, todo, absolutamente todo, está supeditado a la efímera existencia.
Mal haría quien empuja una revolución, en pensar que tendrá una vigencia eterna, porque lo sabe, bien que lo sabe, que su propia consolidación implica su futura extinción, para dar paso a un nuevo capítulo en la historia humana, que no se cansa de dar un salto hacia adelante, hacia atrás, hacia los lados, pero muy pocas veces hacia arriba.
Necesariamente debe ser así, cuando descubrimos el ínfimo lapso de tiempo que abarca un movimiento que se antojaba esculpido en la piedra de la eternidad. Usted que me lee, yo que le escribo, habremos de irnos, y seguramente en la memoria de nuestros nietos o bisnietos, no quedará rastro alguno de los trances que sobre el poder hoy mismo se escriben, y que centran su visión en la gloria alcanzada, o el apocalipsis que ya viene.
Si pudiéramos durar unas décadas más, seguramente miraríamos con singular curiosidad la inútil preocupación que nos generaron reformas fútiles, siempre correspondientes a una coyuntura política, en la que se creyó que el poder político y económico, habría de convertir una simple acción de mortales, en otra de dioses o semidioses, que por definición adquieren tintes de eternidad.
Pasados no siglos, sino décadas, estaremos de nuevo en la tarea de calificar a este o a esta, de destructores de la sociedad, de las instituciones que no nos dieron patria, pero sí generaron el espejismo de que podríamos aguantar más tiempo un sistema social al que calificamos como justiciero y bondadoso, para que después se descubriera lo contrario.
Y entonces, los que hoy buscan el suicidio como camino honroso para no ver la destrucción de la patria, serán los que tendrán en sus manos el poder, y bajo esa premisa todo estará bien, muy bien; y luego entonces los corridos enarbolarán las banderas que los que subieron al escenario principal, habrán dejado tiradas en las gradas.
No, nada, de ninguna manera perdura. Salvo el amor. Y el amor, como lo expone el poeta Javier Sicilia en “El Fondo de la Noche”, es la compasión que él mismo puso en práctica al perder a su hijo Juan Francisco, asesinado por delincuentes en Cuernavaca, Morelos, y abrazar a otros cientos de padres de familia que no han sabido nada de sus jóvenes desaparecidos, esfumados en un país parecido al Lager que describe el libro sobre el padre Maximiliano Kolbe.
Porque la unión del dolor que hoy mismo padecen quienes han perdido a un familiar en esta disputa por el territorio mexicano, al fin desembocó en un rito de amor que guarda esa luz que describe Sicilia en su texto, que, pese a todo, pese a lo que han querido convertir el mensaje central del nombre crucificado, es la vertiente fundamental por donde puede caminar seguro, un pueblo como el nuestro. Porque no está a merced de los vaivenes de poder alguno, porque todo habrá de pasar, las revoluciones, las transformaciones. Todo habrá de pasar y repetirse, caerse y resurgir. Pero nunca la voluntad de las personas para construir la unidad cierta del dolor, en una aspiración eterna del amor.
Mil gracias, hasta mañana.
@JavierEPeralta