LAGUNA DE VOCES
Las 6:30 de la mañana en una ciudad como Pachuca, es un descubrimiento que se debe hacer con la actitud para encontrar las diferencias que presenta cada uno de los días de la semana, el mes, el año. Porque ninguno es igual. Y no, hay un mar de diferencia entre las 5:30 y las 6:30, además de los números.
Cada hora guarda sus propias características.
Hace muchos años, cuando debía tomar el autobús Flecha Roja que salía de la Central Camionera a las 5 con 20 minutos para tener la seguridad de llegar a la primera clase de la escuela, los pasajeros tenían un aspecto muy diferente al que tienen hoy, aun cuando muchos todavía sean los mismos, y hayan terminado por aceptar que viajarán lo que les reste de existencia todas las madrugadas rumbo a la capital del país, es decir la Ciudad de México.
Algunos de los que me acostumbré a verlos abordar en Matilde, Acayuca, Tizayuca (porque antes el autobús paraba donde le venía en gana) seguro ya habrán muerto, porque si hablamos que eso sucedió hace 30 años, y no pocos de los que cito rondaban los 40, tal vez hasta los 50, luego entonces, si no han emprendido el viaje eterno, entonces ya difícilmente cumplirán esa tarea cotidiana de ir al Distrito y regresar por las tardes.
Un tiempo estuve seguro que mi condena eterna sería subir a las 5 con 20 minutos de la mañana al autobús, llegar a Indios Verdes, tomar el metro, bajar en la estación Hidalgo, trepar las viejas escaleras de la escuela, comer una torta de regreso con cualquier refresco, aunque el más barato siempre resultaba mejor, trabajar aquí en Pachuca, medio dormir, estudiar, jugar con mi hija, y así hasta la eternidad.
-Gente quejumbrosa que se queja por cuatro años de tener que viajar diario al “de-efe”. Yo llevo casi 15 y ni para cuándo termine, así va a ser siempre, pero qué le hace uno, aquí no hay trabajo, y el que hay pagan tan poco que no sirve para nada. Allá pagan bien, pero todo está caro, así que uno es el que debe sacrificarse. Ya será en otra vida que las cosas cambien, pero en esta no.
El señor, uno de los pocos que gustaban platicar en tanto el Flecha Roja llevaba a la realidad su compromiso del, “primero muertos que llegar tarde”, usaba siempre una bufanda gris tejida a mano, un cigarro Del Prado (porque en esa época se podía fumar en cualquier parte), un café que nunca dejaba de sacar vapor y una chamarra café con borreguita en el cuello. Le faltaba un diente del lado derecho, usaba bigotes amarillentos por el tabaco, pelo quebrado casi blanco y un don natural para platicar y ganar el interés de quien tuviera a la mano.
En Indios Verdes se despedía, porque una vez tragados por el túnel, ya nadie tenía tiempo de otra cosa que de sobrevivir a los empujones y treparse al primer tren.
Llegado diciembre, desde noviembre incluso, el frio era criminal. Algunos autobuses tenían calefacción, otros no, y de pilón llevaban un vidrio que ni a patadas se podía cerrar. El metro se veía como el sueño a ser alcanzado, porque no hay mejor época del año para treparse a los trenes que diciembre. No pocos se quedan dormidos, arrullados por el calorcito único de tanta gente apretujada en un vagón.
Ahora, desde que la menor de mis hijas terminó la universidad, ya también es recuerdo cuando me tocaba llevarla, después que su hermano ya lo pudo hacer porque se fue a otra parte a estudiar, y me correspondía levantarme en punto de las 6 con 30 minutos de la mañana, apurar a la escolapia para que no llegara tarde, y recordar, simplemente recordar todos esos años en que a las 5 y 20 minutos en punto debía tomar el autobús Flecha Roja para ir a la Ciudad de México.
Otro tiempo, mismo cielo, mismos sueños, porque todo empieza ahora en las ilusiones de mi hija.
Mil gracias, hasta mañana.
Correo: jeperalta@plazajuarez.mx
X: @JavierEPeralta