Tiempo Esencial
El mes pasado, Tiempo Esencial cumplió el primer aniversario de su segunda época, adjetivada como “de Hidalgo”, para enfatizar su carácter situado en nuestro tiempo y circunstancia.
Durante ese período reeditamos semanalmente los diez artículos de la primera época y mensualmente otros doce a partir del mes de octubre del año pasado.
Lo hemos hecho de manera crítica y situada, porque sin esa perspectiva sería difícil comprender su condición actual, y la posibilidad de llevarla a cabo desde nuestro lugar de enunciación.
Por desgracia, la condición que la filosofía guarda en las instituciones de educación superior en nuestro Estado, no se ha modificado en lo que va desde que iniciamos nuestra alerta sobre el daño que provoca no contar con su presencia en los centros de estudio universitarios.
Sin embargo, en sentido contrario a nuestras primeras apreciaciones, podemos decir que la filosofía no está ausente en nuestro medio. Se advierta o no, ella no deja de influir en nosotros para bien y para mal.
Para bien, porque es imposible poner murallas a la fuerza de la razón, sobre todo en ésta época de comunicación instantánea.
Para mal, porque ciertos conocimientos filosóficos son utilizados como instrumentos de manipulación de algunos poderes fácticos, en especial con los jóvenes.
Esto no es ninguna novedad. Porque así como es necesaria la producción material para la acumulación y reproducción del capital; lo es la producción intelectual para la de un poder ideológico que, si persiste en un cambio político, es porque las causas y estructuras que la generan permanecen intocadas; aun cuando nuevas ideas o paradigmas intenten provocar cambios profundos en la realidad social.
No permitir que el conocimiento alternativo rompa el viejo orden, es pues, una forma de persistencia del pasado que evita por todos los medios posibles su transformación.
Pero entonces, ¿cómo puede la filosofía llevar a cabo su tarea en esas condiciones? ¿Será mejor apostar -como se hace-, a que la ciencia, el arte, la técnica y ahora la inteligencia artificial cambien el mundo y la filosofía deje de inmiscuirse en la realidad tal cual se nos impone?
Cierto que se puede dejar que la vida corra sin meterse en problemas. Pues con filosofía o sin ella, la sociedad hidalguense y sus instituciones, parecen caminar confiadas hacia la prosperidad y el bienestar.
Luego entonces, quienes se oponen a su presencia, pueden demostrar la inutilidad de la filosofía diciendo al mundo entero: “miren, nosotros no necesitamos ese saber inútil, pues cada semestre egresan de nuestras escuelas miles de nuevos profesionistas que se integran en decenas de campos del conocimiento y son excelentes y exitosos sin necesidad de ella”.
Y en efecto, contra esas argumentaciones poco puede hacerse, cuando el propósito que guía a la educación superior consiste en formar hombres y mujeres “eficientes y eficaces” que -no por casualidad-, demandan los centros de producción y servicios que intercambian salarios y honorarios por mano de obra especializada sin importar cuál sea la fuente de sus ganancias y los fines a los que sirven.
Luego entonces, ¿cuál es la diferencia que puede tener una sociedad y una universidad donde la filosofía tenga presencia de otra que no cuente con ella?
Preguntémonos antes, positivamente, cuál es el plus de los egresados de una universidad donde la filosofía no sea parte de su vida cotidiana. ¿Será que una educación profesional de excelencia busca dotar a sus alumnos de un mayor cúmulo de conocimientos, el manejo de mejores técnicas e instrumentos y habilidad propias de su campo de estudio sin hacerles perder su tiempo en elucubraciones filosóficas?
Actualmente, esa alternativa sería, casi por seguro, la más convincente para autoridades, maestros, padres de familia y hasta alumnos en nuestro medio. Pero no es casual, sino producto de un giro profundo de la universidad iniciada hace muchos años.
Y el núcleo de ese giro se encuentra en preservar a las jóvenes generaciones de conocimientos que “les corrompan”, hagan perder el tiempo, o demasiado preguntones, llevándolos a cuestionar conocimientos, normas, leyes o gobiernos. Y eso ha sido así, desde tiempos de Sócrates hasta nuestros días.
En esta situación, lejos de apreciarse como una rémora para la universidad, la falta de estudios filosóficos podría considerarse como una ventaja que justifique a quienes ven a la educación superior, tan solo como un aparato generador de especialistas competentes para el mercado de trabajo.
La otra salida es su suplantación por medio de estrategias de engaño o tergiversación que se hacen pasar como “filosofías” en la academia, la política educativa, o el debate político como armas de promoción, ocultamiento o confusión.
Pero si la filosofía está siendo sustituida o desnaturalizada, entonces habrá concluido no solo un conocimiento, sino una forma de comprensión y existencia que nos ha acompañado durante siglos, pero que tuvo un principio temporal perfectamente identificado, y tal vez por eso puede tener igualmente un final predecible. Esa es la señal que nos da el régimen de la “no verdad” que hoy campea por sus fueros con toda violencia.
¿Nos daremos por vencidos ante tan “pequeños” desafíos? Por supuesto que no. Porque no es la primera vez que la filosofía vive tales condiciones.
De hecho, es en tiempos de oscuridad, cuando el destino de la humanidad parece decidido fatalmente, en los que la filosofía ha encontrado sus mejores momentos para ejercer su tarea prometeica; intentando liberar a los hombres de la servidumbre a la que han sido condenados desde siempre por los poderes sobre y subhumanos.
Invito pues, a quienes quieran sumarse a éste esfuerzo, a unir nuestras fuerzas y voluntades para lograr que la filosofía cuente con el lugar que por derecho, justicia y beneficio personal y social merecemos todos los hidalguenses.
Mas no esperemos hasta que otros decidan su presencia. Podemos cultivarla de manera personal o colectiva sin necesidad de claustros, títulos o permiso alguno. Ninguna otra profesión puede hacer esto, pero la filosofía no es una más de ellas, es una vocación: la de ser libres atreviéndonos a pensar.


