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sábado, noviembre 1, 2025

Tejiendo comunidad a la distancia: el abrazo migrante que nunca olvida

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Cuando el huracán Priscila azotó las montañas y ríos de Hidalgo, no solo se desbordaron cauces, también se desbordó el amor. Desde lejos, desde los rincones más fríos de Estados Unidos, donde el sueño americano se vive entre jornadas dobles y nostalgia, la comunidad migrante hidalguense volvió a demostrar que la distancia no rompe los lazos, los fortalece.

Muchos de ellos y ellas partieron hace años, con la esperanza de construir un futuro mejor. Dejaron atrás pueblos que hoy enfrentan el lodo, el silencio de la pérdida y la urgencia de reconstruir. Pero no dejaron atrás su memoria. Porque la memoria migrante es una raíz que no se corta, es una voz que llama desde el corazón y responde con ayuda, con remesas convertidas en víveres, con vuelos que no llevan turistas, sino manos solidarias.

Fueron la primera línea de respuesta. Antes que llegaran los helicópteros oficiales, fueron las voluntades migrantes quienes los contrataron, quienes vencieron las barreras de la incomunicación con recursos propios, con urgencia y amor. Hicieron llegar alimentos, agua y sobre todo, un pedacito de esperanza. Porque aunque el sueño americano les dio techo, nunca les quitó el alma mexicana, otomí, nahua, tepehua y serrana.

Desde Nueva York, Chicago, Los Ángeles, y tantos otros puntos del mapa, se organizaron colectas, se enviaron paquetes, se activaron redes. No hubo frontera que detuviera el impulso de volver, aunque fuera con abrazos hechos de cartón y esperanza.

La comunidad migrante tejió comunidad a la distancia. Con cada dólar enviado, con cada llamada, con cada publicación en redes que visibilizó la tragedia, se tendieron puentes de amor. Porque aunque estén lejos, nunca dejaron de pertenecer.

Hoy, Hidalgo se reconstruye no solo con maquinaria y brigadas, sino con el amor migrante que nunca se fue del todo. Porque hay quienes cruzaron la frontera, pero nunca dejaron de ser hijos e hijas de sus pueblos. Y en cada gesto de ayuda, en cada lágrima compartida por videollamada, se confirma que la comunidad migrante no olvida, no abandona, no se rinde.

Que este huracán nos recuerde que el verdadero sueño americano es el que se convierte en vuelos de ayuda, en manos extendidas, en memoria viva. Porque cuando el pueblo llama, todos respondemos. Aunque estén lejos. Aunque el camino sea largo. Aunque el corazón esté partido entre dos tierras.

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