LAGUNA DE VOCES
Algún día tendré que recordar el lunes 18 de noviembre del 2024. Supongo porque lo anoté sin razón alguna en la agenda que siempre traigo. No en la electrónica, que supongo a estas alturas de la vida ya nunca aprenderé a usar, sí en la de hojas con singulares frases célebres, educativas, o como cada quien quiera llamarlas, en las que nos hablan del rigor que implica conseguir una meta, objetivo, destino creo.
El asunto es que, por alguna razón, que, por supuesto desconozco, entendí que el principio de la tercera semana del penúltimo mes del año, debiera inscribirse en algún lugar para nunca ser olvidada.
Ir por un café, calentarlo en el microondas, cada vez más dado a jalar aire por su edad, me llevó a escuchar el sueño de mi hija, que con bastante regularidad imagina miles de cosas al dormir. Me dijo, con la certeza que solo una jovencita dedicada con absoluta voluntad a crear lo que desea escribir en la realidad que ofrece soñar, que había logrado apuntar una historia que le había gustado, y que situada en Japón por quién sabe qué motivo, si deseaba me la cedía para que la contara.
Está claro que robarme sueños sería grave, todavía más si son de quien, tengo la seguridad, logrará regalar cientos de historias a las personas que leerán sus trabajos en algunos años. Aunque la verdad sonó tan interesante, que me imaginé en el pueblito dibujado como las “fantasías animadas de ayer y de hoy”, donde la memoria empieza a esconderse, a esconderse tanto que termina por mandar a un pasado no tan lejano, pero real, al olvidadizo.
Empecé a pensar que, con toda seguridad, algo de es pueblo del Sol Naciente, sucede aquí mismo, cuando ya de viejos, nos da por no recordar los nombres que crean la realidad, y entonces nos perdemos sin remedio, hasta que volvemos a despertar con un nuevo listado de palabras para nombrar, nombrar y nombrar.
El problema, me dijo, es que, a tanto olvido, más años de retorno, tantos que pueden sumar siglos, y entonces es cuando las cosas se pueden complicar sobremanera.
Sin embargo, dije que no contaría lo que yo no soñé, así que diría es solo un adelanto de un montón de historias que Mariana, así se llama mi hija, logra soñar antes de escribir, y eso le da elementos únicos que pocos escritores pueden tener a la mano, porque imaginar, con todo y que es un arte fundamental, no se compara con mirar, sentir, palpar en el mundo del dormir.
Estoy seguro que puede soñar lo que desea, y hacer realidad lo que sueña. Y no, no es un juego de palabras. Es algo real.
Por eso me animo a pensar que en unos años podré leer sus primeros libros, con las instrucciones precisas para soñar con tal exactitud, que seguramente será imposible distinguir lo que es real, de lo que no es.
Vale la pena soñar sin duda.
Mil gracias, hasta mañana.
@JavierEPeralta